jueves, 11 de septiembre de 2014

Donde todo empezó

   Bueno, no es estrictamente cierto. En realidad todo empezó en ya.com. Supongo que sería interesante visitar las oficinas un día. Pero en persona, la Princesa y yo nos conocimos el 8 de marzo de este año en el aeropuerto de Viena. Pasamos allí el fin de semana antes de que viniera a conocer por primera vez Sankt Johann. Conocimos la ciudad, y nos conocimos a nosotros mismos. Recuerdo que no podía dejar de mirarla embobado la primera vez que estuvimos juntos en un restaurante, contemplando cada línea de su rostro, el color brillante de sus labios, sus dientes blancos y perfectos. ¿A cuánta gente no le huele mal el aliento después de una pizza con extra de queso y ajo? Para mí cada respiración suya sabía a gloria. Aún me sabe a gloria.

   Este fin de semana hemos vuelto a la ciudad donde nos conocimos. No era exactamente una visita de turismo. Al menos, no exclusivamente.

La casita que nos hemos comprado esta semana. Na, pa los puentes.
   El ayuntamiento de Sankt Johann (Gemainde) no requiere mucho papeleo para realizar un matrimonio civil. Pero una de las cosas que sí son necesarias en cualquier país de la Unión Europea es el Certificado de Capacidad Matrimonial de los contrayentes. En nuestro caso, debía expedírnoslo la embajada española. Y para expedírnoslo, debíamos presentarnos allí previa cita para que el embajador (o cónsul, o juez, ya no sé cuál es su cargo, porque menos Emperador cada persona le llama de una manera) nos entrevistara por separado, a fin de confirmar que efectivamente nos conocemos, estamos juntos, y no se trata de un matrimonio de conveniencia.

   Sabido esto, los días previos estuvimos repasando en Internet las preguntas que se suelen hacer: nombre de los padres de la pareja, de los hermanos, aficiones, último viaje que han hecho juntos, etc. Hemos llegado a encontrar listas en las que decían que podían preguntar cosas como la fecha de la última menstruación de mi pareja o algo así. Que yo ya estaba pensando "si preguntan eso les voy a contestar que qué les importa, seguro que eso les convence".

No me la juego con las autoridades y pongo la
foto que tienen ellos mismos en la web.
   Todos los miedos y nervios resultaron ser infundados: el embajador (o cónsul o juez o Su Señoría o Maestro Jedi) resultó ser un hombre tremendamente simpático. Primero se entrevistó conmigo, y sólo me pidió que le contara un poco cómo nos habíamos conocido, y cómo habíamos decidido casarnos. Luego me pidió, porque la ley le obligaba a tener alguna referencia de que efectivamente teníamos una relación, que le enseñase alguna fotografía de nosotros. En el teléfono tengo un centenar. Con una que nos habíamos hecho el día anterior en un museo (como veremos) y otra de hace unas semanas en Zell am See, se quedó más que satisfecho.

   Luego le hizo pasar a ella, pero sin abandonar yo la sala. Me dijo que no había necesidad de ponerla nerviosa, porque él ya lo veía todo bien. Incluso bromeó un poco con la Princesa, lamentando que no le hubiéramos llevado una botella de tequila. Aparentemente, el señor embajador (o cónsul o juez o Guía Supremo) había vivido durante unos años en México, y echaba bastante de menos la comida de allí. ¡Sorpresa! Lo dije en su momento y lo mantengo: México es el primer lugar del mundo en el que no he echado de menos la comida española. De hecho, ahora extraño mucho la cocina mexicana.

   Fue divertido a la salida, cuando de pura alegría la Princesa y yo nos abrazamos, y el funcionario que nos acompañaba en el ascensor dijo que si quería nos dejaba bajar solos. ¿Seguiríamos todavía en el ascensor? Cuando ella dijo que tenía calor no mejoró la situación, jeje.

   Eso fue el lunes, cuando ya estábamos por regresar. El día anterior, domingo, habíamos madrugado para llegar a mediodía a la ciudad. El hotel en el que nos alojamos, de primeras, nos dio un miedo terrible. Se llama Sommerhotel Wieden, por si alguien quiere referencias, y en Booking.com tenía bastante buen aspecto. Pero, por fuera, la fachada estaba ennegrecida y desconchada como si el edificio tuviera quinientos años. Pensamos "No pasa nada, también el hotel de Venecia tenía un aspecto horrible por fuera, y luego por dentro era bien bonito". Pero al entrar, el aspecto del diminuto y agobiante lobby no mejoraba en absoluto. Y al subir a la cuarta planta en la que nos alojábamos, atravesamos un pasillo blanco, frío y desalmado que más que de un hotel (¡de cuatro estrellas!) parecía de un trastero.

De lo poco salvable...
   La habitación no estaba mal. Las camas eran cómodas (dormimos muy bien, la verdad), los muebles de Ikea estaban prácticamente nuevos, y se veía muy limpio. Deslucía mucho el cuarto de baño: oscuro, de paredes amarillentas, lavabo agrietado, inodoro de un extraño diseño pensado para que la orina te salpique lo más alto posible y agua de sabor lamentable.

   Pero nos olvidamos de los contras, y dormimos bien. No había ningún ruido, y a la mañana siguiente comprobamos que, como habíamos leído, el servicio del hotel era excelente. El desayuno no estuvo mal (aunque para mi gusto, faltó algún huevo), el hombre de la recepción nos atendió siempre muy amabilísimo e incluso nos permitió imprimir un tiquet de tren que habíamos comprado online.

   La verdad es que el Sommerhotel no es un hotel malo, no se puede decir tal cosa. Solamente es un hotel feo. Refeo. El Sloth de los hoteles.

   Cuando salimos por Viena pudimos comprobar que había algún tipo de festividad. Probablemente varias. En Karlplatz había mucha gente joven entre puestos de comida, música, actividades lúdicas al aire libre como malabaristas y teatros callejeros, música, y muy buen rollo. La lluvia en aquel momento era mucho más suave de lo que Austria nos tiene acostumbrados desde hace meses, y la fiesta deslucía poco.

   Nos dirigimos al Museo Etnológico de Viena, y allí, en las puertas entre los diferentes museos vieneses, había algún otro tipo de feria gastronómica. Debía de haber comida de todas las partes del país, o qué se yo. La verdad es que la otra vez no habíamos visto la ciudad ni la mitad de animada.

   Pero nosotros íbamos al Museo. Allí se encuentra expuesto un penacho que, según ciertas tradiciones, perteneció a Monctezuma, último emperador Azteca, capturado por el ejército de Cortés y muerto en circunstancias que no sabemos y, como españoles, no queremos preguntar. Aunque no está demostrado, la teoría es que el penacho llegó a Austria cuando España estaba gobernada por Carlos Primero-Quinto, o algo así. Es más que factible.

PENACHO... para que te sientas... ¡el más MACHO!
   Fue divertido llegar hasta la vitrina donde el penacho está expuesto. En aquella diminuta sala levemente iluminada para que las propiedades de la prenda no se pierdan, se amontonaban cerca de cuatro personas, todas de México. En cuanto me oyeron hablar empezaron a decir en plan coña "estos son los que se lo robaron". Pero tenían buen sentido del humor, e incluso hicimos migas con una pareja que estaba allí.

   Regresamos a Sankt Stephan, que sigue en obras. Los andamios están mejor cuidados y más bonitos que la última vez, desde luego. Las salchichas extra grasientas que venden algunas calles más abajo están igual de ricas, así como los fideos con pollo. La Ópera tiene contratada a menos pesados que te intentan vender boletos por la calle (ay, la crisis), y, salvando esa primera mañana, el resto del fin de semana nos hizo un tiempo estupendo.

   Ah, por cierto, encontramos una báscula por la calle que confirmó lo que mucha gente venía observando desde hacía tiempo: en los dos últimos años he adelgazado más de diez kilos. Si los pantalones que compré en México, que me estaban justos, ya se me están cayendo también. La cosa es que no me siento mal, ni débil. Si no fuera por los pantalones ni me estaría dando cuenta. Espero que cuando empiece a comprar ropa para las bodas, cuando llegue la ceremonia todavía me quede bien. O que se me vea de perfil y no me convierta en Keira Knightley. Que ya quisiera ella.

   A la vuelta del viaje nos han confirmado que este documento, el Certificado de Capacidad Matrimonial, se expide en varios idiomas, entre ellos alemán; es válido para las autoridades austríacas, de manera que ya podemos empezar a traducir los demás documentos que necesitamos para casarnos. En esos quince o veinte días que tardan en enviárnoslo por correo...

   Amo a mi Princesa con toda mi alma. Amo a la que ya prontito será mi espósita. Amo a mi corazón. Ich liebe Aida Flores.

« ¿Sabía yo lo que es el amor? Ojos jurad que no. Porque nunca había visto una belleza como esta. »
- "Romeo y Julieta", William Shakespeare.

PD: Al no formar parte estrictamente de esta viaje, no he contado cuando, el día anterior a partir, creí que me había dejado uno de los documentos en la oficina de Correos de Sankt Johann. Lo que corrí a la oficina, que ya me imaginaba que estaría cerrada. La desesperación creyendo que faltaba este documento. La búsqueda de posibles soluciones. La búsqueda desesperada en todos los recovecos de la mochila. Y, finalmente, el descubrimiento del documento en el maldito doble fondo de mi mochila que ya me ha jugado varias malas pasadas. No vuelvo a usarla. Ahora uso una más pequeña que no tiene doble fondo y no me engaña.

No hay comentarios:

Publicar un comentario