miércoles, 7 de enero de 2015

Año nuevo... boda nueva

   Es oficial. Hoy, oficialmente, llevo un año residiendo en Sankt Johann im Pongau. No me ha expulsado a patadas ni mi empresa, ni el ayuntamiento, ni las autoridades competentes ni la Gestapo. Trescientos sesenta y cinco días en los que mi vida ha dado un vuelco de trescientos sesenta grados.

   Se lo debo todo a la Princesa. Es mi ángel. Mi luz. Mi maravilla. Lo que me hace levantarme cada mañana y querer seguir adelante, y ser mejor persona.

   También tiene su carácter, y su sentido del humor particular, jeje. No lo digo como nada malo. El día 28 de diciembre me dijo: 'Cariño, tenemos que hablar...'. Una frase así nunca vaticina nada nuevo. Y al rato empezó a dar vueltas acerca de que nuestra relación nunca va a ir tan bien como ella quisiera, que no vamos a alcanzar lo que queremos... y que, de hecho, ha recuperado la relación con alguien de su pasado, y quiere volver a México.

   Cuando yo ya tengo la misma cara que Joey Tribbiani haciendo divisiones, me dice '¡¡¡Feliz día de los inocentes!!!'. No sé cuánto se ofendió porque menté a su reching...

   Por supuesto, que la castigué después de eso. Su penitencia fue pasar una semana en España. No, que va, eso no fue un castigo, pero es lo que ocurrió poco después. Tras dos días de trabajo completamente inocuo, ya que no había ningún compañero en la oficina, tomamos el tren que nos llevó a Salzburgo. De ahí, el trolebús al aeropuerto.

   Un primer vuelo de algo menos de una hora hasta Frankfurt. En aquel gigantesco aeropuerto centroeuropeo disponíamos tan sólo de media hora para tomar el siguiente avión. Quien conozca el aeropuerto de Frankfurt sabe que, la mayoría de las veces (yo creo), los aviones no se acercan a la terminal: se quedan lejíiiiisimos (lo que en España prácticamente sería en otra provincia), y un autobús lento como un caracol acerca a los estresados pasajeros hasta la puerta de desembarco. Una vez en la terminal, billetes en mano, preguntamos a una señorita que había allí con una tablet cuál era nuestra puerta de embarque (normalmente esas funcionarias no están allí, no estoy seguro de si es que los habituales carteles de información no funcionaban). Por supuesto, se cumplió la Ley de Murphy: nuestra puerta era con mucho la que más lejos quedaba. En verdad puedo prometer que nunca había tenido que hacer un transbordo tan largo en ese aeropuerto. Corrimos a través de un largo y tortuoso sendero, esquivando obstáculos (pasarelas) y toda clase de criaturas (turistas), saltando fosas, esquivando trampas, desafiando a la muerte...

   Ya, ya, ya paro. Pero uno de estos días de verdad que voy a incluir un dragón.

   Al final de la terminal (de verdad, creo que estaba casi al final del edificio), resultó que tuvimos suerte: aún se estaba formando la cola de embarque. Ahí fue cuando nos dimos cuenta por primera vez de que debíamos andar con cuidado: volvíamos a estar entre españoles, y ya no se podía criticar a la gente en voz alta. No es que habitualmente haya que hacerlo, pero es particularmente bueno evitarlo cuando los demás te pueden entender. Teníamos que haber hablando en alemán. Merkel nos obliga, y como lo tenemos dominado...

   El vuelo de Frankfurt a Madrid dura casi dos horas. En ese lapso de tiempo Lufthansa nos ofreció cena (goulash, pasta, y puré de patatas, si no recuerdo mal). Al aterrizar en la T2 del Aeropuerto Internacional Adolfo Suárez - Madrid - Barajas (intenten decirlo sin tomar aire), recogimos la única maleta que habíamos facturado, y nos reunimos con mis padres y mi hermano que habían venido a buscarnos.

   Era día 30 de diciembre, pasadas las once y media de la noche. Al día siguiente sería Nochevieja: fiesta, cotillón, baile, cante jondo...

   El día 31 lo dedicamos a que la Princesa conociera el pueblo donde crecí. Se dice que Paracuellos de Jarama por sus baches tiene fama. Por mi parte, es el lugar desde el que de niño contemplaba atardecer sobre los edificios de Madrid y me imaginaba qué habría más allá, en aquel mundo tan amplísimo. Soñaba con viajar por todo el globo, conocerlo todo. Pero ni en mis más maravillosos sueños imaginé que, al otro lado del océano, había un ángel suspirando mi nombre en el viento.

   Ahora el ángel estaba allí, conmigo, en aquel mismo mirador en el que tantas mañanas comí perritos calientes con mis padres. El mismo sitio al que iba con la bicicleta porque a todos nos encantaba el ruido de las ruedas contra la tierra. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde entonces?

   ¿Cuánto he cambiado yo?

   Nos reunimos con algunos amigos de toda la vida, de allí del pueblo, y nos tomamos una cerveza. Dos de ellos son pareja, están casados, y tienen dos hijos pequeños, que están hermosos. A la hija menor nos la queríamos traer. Total, en marzo debemos volver, y podríamos haberla devuelto entonces.

   Por la tarde, acudimos a la misa de Nochevieja. Se celebraba a las seis y media de la tarde, y habría otra misa al día siguiente a mediodía, pero a esa segunda no acudimos. Obviando lo que me costó encontrar aparcamiento (y es que cada día es más difícil encontrar plaza entre las estrechas calles del casco antiguo de Paracuellos), la verdad es que esperaba encontrar allí a medio pueblo. Al menos a aquellas personas mayores que tuvieron algo que ver con mi educación, y que yo sé que son bastante creyentes: el que era hace años el director del colegio; las hermanas que han pasado toda su vida vinculadas al deporte del municipio... Pero no. La Iglesia estaba prácticamente vacía, y no vimos a nadie conocido. Regalaron, eso sí, un calendario con la imagen de San Nicolás de Bari que mi Princesa se trajo para casa. Fíjense, para una vez que uno va...

   Tras la misa, regresamos a casa para tomar parte en la cena. Muy familiar, con mis hermanos, mis padres, mi abuela y, por supuesto, la Princesa. La reina. Mi ángel maravilloso con su vestido negro y su sonrisa perfecta que podría seducir al Sol.

   Hubo mucha comida y mucha bebida, como se acostumbra. Me dijo ella hace tiempo que en México se acostumbra a cenar después de tomar las uvas, esto es, después de la medianoche. En España no es así; cenamos a la hora normal de cenar, pero la verdad es que el estilo mexicano me parece más práctico: si cenásemos después de las campanadas, no habría ninguna prisa, y la fiesta se alargaría más.

   Las doce campanadas las vimos en televisión de la mano de Ramón García. Nos perdimos el comentadísimo vestido de Cristina Pedroche, y la pifia de Canal Sur con la publicidad. Por cierto, que personalmente, creo que lo de Canal Sur fue un gazapo pero tampoco como para pedir que corten cabezas de la manera que la gente lo está haciendo; es el típico error que nos podría pasar a cualquiera en un descuido. Y quien esté libre de pesssscado, que tire la primera pie... ¡ay!

   Después de las campanadas recibimos a mis primos, que pasaron por la casa un rato. Despuiés de brindar, beber, y reírnos un rato de todo, cuando nos dejaron, también se marchó uno de mis hermanos. En teoría iba a una fiesta. Nos abandonaba por otros amigos. Mejores. Más divertidos. Y se quedó dormido en el sofá de su casa antes de ir a ninguna parte. Ancianos...

   Nosotros nos dispusimos a jugar a Sing Star, pero hubo un problema con el micrófono de la Play Station, y no pudo ser. Una pena. Con lo bien que canta mi sirena, habría arrasado con todos nosotros. Terminamos jugando a la Wii. Algo sencillito: unos bolos, un golf... Luego mis padres, ya agotados también, se fueron a dormir, y mi hermano, mi cuñada, la Princesa y yo nos quedamos pegándonos palizas: boxeo y esgrima. ¡Cómo destrozan los brazos esos juegos! Al día siguiente la pobrecita de mi ángel tenía dolores de espalda.

   Menos mal que ya ese día, el día de año nuevo, realmente era para descansar. Nos dimos los regalos, ya que en mi casa el Niño Dios llega con retraso ("perdón por el retraso"), o los Reyes Magos llegan muy adelantados. No está del todo claro. ¡Pero nos fue muy bien!

   Tenemos una diana nueva (de dardos, que ya sería la leche que fuera de arcos y flechas). Aún está pendiente de tener una pared en la que colgarla, pero cuando lo hagamos, vamos a dejar la casa de Harry hecha un queso de gruyere. Tenemos... ¡un recogedor con palo! ¡Esa avanzada tecnología que evita que te destroces los riñones al barrer y que a Austria aún no había llegado! Deberíamos enseñárselo a los caseros para que alucinen con lo que inventamos. Tenemos el álbum de fotos de nuestra boda (precioso). Tengo unos guantes nuevecitos con los que puedo coger bolas de nieve y aventarlos a mi corazoncito para que se muera de frío, jeje. Casi seguro que me dejo algo, no sé.

   Por la tarde fuimos al cine. Teníamos pendiente hacer una visita al Centro Comercial Plaza Norte 2, que es, para mí, el más bonito de Madrid. Fue una pena que la mayor parte del centro estuviera cerrado. Pero bueno, fuimos con un amigo, y nos metimos a ver la última entrega de El Hobbit, dado que las dos anteriores nos habían encantado (y ya había estado yo la semana anterior torturando a mi chukitruskis con las ediciones extendidas, jeje). Y... en fin, ella dijo abiertamente que era una mierda. Yo no diré tanto, para mí es aceptable, entretenida cuanto menos. Pero sí que le faltan cosas (sí, ojo, le faltan, no le sobran). Hay una serie de detalles que no acaban de estar cerrados, o parecen como resueltos con prisa. Habrá que esperar un año para ver la edición extendida de esta (y comprar el inevitable cofre en Bluray).

   El día 2 de enero fue en el que, con mis padres, recogimos a mi abuela y la llevamos a la residencia de ancianos donde vive. No queda lejos de la antigua ciudad amurallada de Toledo, de manera que fuimos para que mi angelito la conociera.

   Como nota aparte, comentar que a estas alturas, a mi familia ya le había subido el colesterol quince puntos de ver lo tremendamente dulces que somos nosotros dos. Pero yo digo que no es que nosotros seamos muy pegajosos: ¡es que a los demás les falta el punto!

   Qué bonita es la ciudad de Toledo. Cuando uno está dentro le pueden acabar doliendo un poco las piernas, es cierto. Pero merece la pena por ver todos los edificios antiguos, y las iglesias. La muralla. El puente sobre el río Tajo, que desemboca muchos kilómetros más al poniente en Lisboa. La catedral. Las fortificaciones levantadas sobre la colina, tan empinada que en los últimos años construyeron escaleras mecánicas (conté más de media docena) para llegar al casco antiguo. La comida, excelente. El sitio donde la comimos... no tanto. El mesero se empeñó en que nos apretáramos los cuatro en una mesa de dos personas.

   Después de comer, regresamos, cuesta abajo, hasta el aparcamiento donde habíamos dejado el coche. Queríamos aprovechar lo que quedaba del día para visitar el Madrid de los Austrias. Durante el viaje, si he de ser sincero, tanto la Princesa como yo nos quedamos completamente dormidos. Cuando aparcamos bajo la Plaza Mayor (la misma Plaza Mayor de la relaxing cup of café con leche), la noche ya se había cerrado sobre nosotros. ¡Qué poco me gusta eso del invierno!

   ¿Y qué impresión me dio Madrid después de un año fuera? Siendo sinceros: de suciedad. Quiero ser benevolente en mi juicio y pensar que, en plena Navidad, con todo el mundo en la calle como hormigas laboriosas, es difícil mantener la ciudad de otra manera. Quiero pensar que a día de hoy el aspecto será muy distinto. Pero, aquel día, lo que vi fue una ciudad muy, muy sucia. Muy divertida, muy llena de vida, pero en la que tenía que tener cuidado de dónde ponía los pies. Ya no digamos de dónde llevaba guardada la cartera. ¿Me habré convertido en paleto?

   Al menos pudimos hacer algunas cosas típicas: visitamos la mencionada Plaza Mayor, en la que ya estaban desmontando todos los puestos navideños; en ella nos tomamos un clásico bocadillo de calamares tan grasientos como sabrosos; luego nos dirigimos a la Catedral de la Almudena, convenientemente renombrada por mi palomita como Catedral del Almodóvar. Yo la recordaba más luminosa, pero claro, la recordaba de día. Y la verdad es que ese edificio sí, me sigue pareciendo una construcción impresionante, tanto por fuera como por dentro, de un gusto exquisito.

   En frente de la Catedral del Almodóvar vimos los exteriores del Palacio Real. Como los Reyes realmente viven en la Zarzuela, no estoy muy seguro de cuál es la función del Palacio Real, pero sigue siendo un edificio bonito. Rodeamos la Ópera y nos dirigimos hacia la Puerta del Sol.

   ¡Qué cantidad de gente! No se podía ni caminar. En hacer ese breve trayecto tardamos más de media hora. Eso sí, bastante disfrutada, porque por el camino se podían ver todo tipo de mimos en posturas imposibles. Mi angelito y mi madre se compraron unos pendientes en un puesto ambulante. Pero, eso sí, cuando llegamos a la Puerta del Sol propiamente dicha, no pudimos quedarnos allí casi nada de tiempo. Era tan imposible caminar por allí.

   Regresamos al coche y, llegando a la Gran Vía desde la Plaza de España (perdón, Plazaspaña, en idioma madrileño), condujimos hasta la fuente de la diosa Cibeles (apagada), y hasta la Puerta de Alcalá, y más allá hasta el cruce de Ciudad Lineal en el que conocíamos una estupenda chocolatería en el que tomarnos una estupenda taza de chocolate con churros. Sí, he repetido la palabra estupenda. Es que somos tan estupendos...

   Para cuando regresamos a la casa estábamos tan derrengados como un jugador de la NBA después de Play-offs.

   El día 3 por la mañana fuimos a visitar a unos tíos míos a una casa de campo cerca de Guadalajara. La Guadalajara española, se entiende. En la que la gente es alcarreña, y no tapatía.

   Ese día fue el día que verdaderamente sentimos calor. Un calor rico y muy bienvenido que ya echábamos de menos. Yo me quedé en camiseta. Necesitamos sombreros para combatir el sol (y, aún así, es posible que nos quemásemos un poco). Tomamos refrescos fríos. Era como estar en el paraíso. Ahora, que estamos a menos cuatro grados en la calle, me puedo dar cuenta.

   Después de la visita quedamos con unos amigos míos de Madrid. Llevaba sin verlos casi un año, y fue muy agradable. Nos pusimos al día, nos tomamos algo, y nos dieron un regalito más por la boda, muy bonito: dos noches de hotel en algún destino de Europa a nuestra elección. Todavía tenemos pendiente elegirlo, pero será más sencillo cuando tengamos coche.

   Al día siguiente por la mañana, el plan original era levantarnos pronto una vez más para visitar Manzanares el Real, y su imponente castillo. Pero la verdad es que a esas alturas ya estábamos tan agotados que nos pareció imposible madrugar un día más. Necesitábamos un descanso, urgentemente. Y nos lo tomamos. Nos despertamos a mediodía.

   De urgencia, fuimos a un centro comercial a recolectar algunos productos mexicanos imposibles de conseguir en Austria, como maseca o salsa Valentina (lo más parecido que podemos conseguir a la salsa de chile, y que, personalmente, creo que es estupenda). Lo encontramos todo en el Centro Comercial Sanchinarro, que afortunadamente, abría los domingos. Recuerdo cuando la alcaldesa de Madrid dijo que los comercios empezarían a abrir los domigos para competir contra las tiendas asiáticas, y todo el mundo se llevó las manos a la cabeza. "¡Cómo se va a obligar a la gente a trabajar los domingos, por Dios por Dios por Dios!". Pero, tal como yo vi aquel domingo, parece que todos aprovechamos y vamos. ¡Pues claro! ¡Y si no iríamos a las tiendas asiáticas!

   Regresamos para tomar el almuerzo con mis padres una última vez, y por la tarde volvimos a quedar con los amigos de Paracuellos. Estuvimos allí toda la tarde, viendo como el Real Madrid mordía el polvo y preguntando a la pequeña si se quería venir en el avión con nosotros. Maldita sea, no la convencimos.

   Cuando salimos fuimos a un restaurante que yo recordaba (en realidad, un hotel) donde servían una hamburguesa tremendamente rica. Pero creo que han cambiado de cocinero, o yo me he acostumbrado a cosas más sabrosas: los ingredientes son los mismos pero... mmmmmmm no. No me convenció igual. Tendrá que ir algún otro conocido para ver si sólo es una impresión mía.

   Ya todo olía a despedida. Regresamos a la casa y preparamos la maleta con todas las cosas nuevas que nos traíamos. Esta vez facturamos dos maletas, para no andarlas cargando de aeropuerto en aeropuerto. La diana entró sacándola de su caja. El palo del recogedor, de esquina a esquina y dando golpes, pero entró. 20 kilos en una maleta y 10 en la otra. Mucho sueño. A la mañana siguiente a las seis y media estábamos de vuelta en la Terminal 2.

   Huelga decir que, tras dos vuelos, un trolebús, un tren y un taxi más (porque las maletas no se pueden arrastrar por calles llenas de nieve), la segunda mitad del 5 de enero y el 6 completo fue dedicado a descansar. A descansar. A descansar. A descansar.

   Fueron unas vacaciones muy bienvenidas, muy agradables, muy divertidas. Creo que la Princesa lo pasó bien, que era lo fundamental. Y conoció muchas cosas de cómo vivíamos en España (sin manifestaciones). Pero hicimos muchas cosas y visitamos muchos lugares en muy poco tiempo, y volvimos, yo creo, más cansados que cuando nos fuimos.

   Hoy he vuelto a trabajar, como se dice, para descansar de las vacaciones. Mi jefe de equipo, Áigor, se ha lesionado un brazo y estará dos semanas de baja como un Ronaldo cualquiera. De momento me quedo yo con sus responsabilidades. Pero se me ha dado bien, lo que había pendiente era bastante sencillo.

   También hemos regresado a la escuela. Un poco perdidos después de tanto tiempo sin pisarla, pero yo he tenido suerte: lo poco que se me ocurrió mirar en el libro por mi cuenta es lo único que habían avanzado en la clase el último día que hicimos pellas.

   Y, lo más importante de todo: hemos apartado fecha para la boda. No voy a decir cuándo es, porque se lo quiero comunicar personalmente a la gente, pero sí puedo decir que será donde yo quería: ¡en la Basílica de Zapopan!

   La Princesa me pregunta si estoy nervioso por conseguir que todo salga bien. Nervioso no. Todo se acomoda. Pero sí me siento muy emocionado, ahora que todo se encarrila. Con ganas de ir completando las cosas necesarias y que llegue ese ansiado día.

   Con ganas de plantarme en el altar junto a la mejor mujer del universo. Ella, tendrá que conformarse conmigo.

   Soy un hombre feliz.

« No hay que llorar, que la vida es un carnaval. »
- Celia Cruz.

domingo, 28 de diciembre de 2014

Esta noche es Nochebuena

   Hay una aventura que me aconteció hace unas semanas, y de la que hasta ahora no había referido nada. No fue por interés ni por vergüenza (aunque pueda parecerlo), sino simplemente porque no me acordé de hablar de ello. De verdad. Que sí. Que lo prometo.

   Ocurrió en los albordes del doceavo mes del año, en una noche de cielo despejado y frío extremo, que el Bardo que escribe estas líneas se dispuso a afeitarse la barba. Con maquinilla. Porque cuando un Bardo tiene un pulso que le impide robar panderetas, no es aconsejable que se intente afeitar con cuchilla. Ocurre que este personaje tiene unas patillas muy pobladas, algo comparable a Vicente del Bosque o al padre de Zipi y Zape. Así que, de vez en cuando, tiene que recortársela un poco, también.

   Este día, el Bardo, que tiene menos luces que el camerino de Steve Wonder, pensó: "Ey, ahora tengo una máquina recortadora con un cabezal. Quizá con esto me pueda recortar las patillas más fácilmente". Este personajillo con la cabeza menos amueblada que un piso recién construido, agarró la máquina recortadora, con el cabezal a la longitud mínima; la encendió; la colocó en la parte inferior de la patilla; y la hizo avanzar con un movimiento decidido hacia arriba.

   Flash.

   El Bardo, que demuestra ser tan inteligente como una top model en un concurso de televisión, se quedó sin patilla y sin un buen pedazo de su, por otra parte, hermosa cabellera en la parte superior de la oreja.

   Sí, así fue como ocurrió. Afortunadamente, mis amigos, tengo a mi lado a una persona estupenda y maravillosa, a la que amo con locura, y que está llena de recursos. Durante dos semanas se estuvo despertando a la misma hora que yo para aplicarme algo de maquillaje (un lápiz oscuro) en la zona que me había quedado calva. La patilla, por supuesto, fue insalvable, y lo que hice fue cortarme también la otra. Pero la calva se disimuló muy bien, y ni en la oficina ni en la escuela nadie se dio cuenta nunca. O, al menos, no tuvieron el valor para decírmelo sin reírse. Eso sí, durante ese tiempo, por miedo a que el maquillaje se desprendiera, no utilicé ni gorro ni auriculares para escuchar música.

   Pero no hay que preocuparse ni sufrir. Mi pelo ha retornado. Mi larga y sedosa cabellera vuelve a ser la envidia de Legolas, y la dejo ondear al viento cual pendón sobre la torre de un castillo.

   Fue cuanto menos curioso ir a trabajar el 24 de diciembre. A mí ya me habían dicho que sólo se trabajaban cuatro horas (la mitad del día), y sabía que todos mis compañeros se iban a pedir ese día como vacaciones. Lo que no me imaginaba yo era que, al llegar a la oficina, me encontraría todas las puertas cerradas. El sistema de seguridad que tenemos (con un chip) para abrirlas no funcionaba. Y yo me empezaba a plantear si no ocurriría como en el día siguiente de la fiesta de Navidad, y estaba obligado a pedir vacaciones.

   Tenemos un horario flexible, y yo normalmente entro a trabajar a las siete de la mañana. Decidí esperar por lo menos hasta las ocho a ver si aparecía la gente de la recepción. No tuve que esperar tanto. A las siete y diez, alguien debió de entrar por otra puerta del edificio (imagino que con una contraseña), y el sistema de apertura de puertas empezó a funcionar.

   Fue un día muy aprovechado, realmente. Estuve mirando trenes. Estuve buscando coche. Estuve llamando a la embajada mexicana para preguntar si debíamos validar nuestro matrimonio allí (sí, debemos, y sospecho que en España también deberíamos). Trabajé un poco, aunque parezca mentira. Aprendí a hacer un script en ventana de comandos de Windows. Ay, cómo echo de menos Linux. Pero en general fue una mañana algo aburridilla.

   Luego ya fui a casa, con mi Princesa, dispuesto a disfrutar la maravillosa Nochebuena que pasaría con ella.

   Nos pasamos el día cocinando. Realmente desde el día anterior, ya que el lomo mechado se había quedado marinando dentro del frigorífico. Pero, aparte de eso, había ensalada de manzana, spaghetti verdes, puré de patatas y mucho, mucho amor.

   Como en mi familia nunca hemos tenido demasiada tradición de Nochebuena, seguimos las tradiciones de la Princesa. Esperamos hasta medianoche, hasta que dieron las campanadas de Navidad. Entonces acostamos al Niño Dios (nuestro Belén había estado ausente de niño hasta ese momento). Lo cantamos un poco. La Princesa se emocionó. Creo que para ella ha sido un poco difícil, o encontrado, hacer esto por primera vez sin su familia, sin sus padres y hermanos.

   Luego brindamos. Nos deseamos buenos deseos para esta Navidad y para el año que va a entrar.

   Y entonces comimos la cena. O una pequeña parte de ella. Somos dos personas, pero, tal como había anticipado ella, hicimos comida suficiente para todo el puente. Sólo comimos una pequeña parte. Teníamos dos kilos de lomo, y entre los dos no comimos ni uno entero (ojo, que me refiero a la comida, no es que nosotros tengamos dos kilos de puro lomo, arf).

   Luego abrimos nuestros regalos (aunque sabíamos de sobra cuáles eran, claro). Con mucha ilusión rompimos los papeles. La Princesa tiene un abrigo y alguna otra cosa que le compraré la semana próxima (no pude encontrar ropa de su talla a tiempo; lo sientoooooo). Yo tengo unos pantalones que se ponen debajo de los pantalones normales para que me quiten el frío, y unas zapatillas de deporte muy, muy cómodas, que me encantan.

   Cantamos villancicos. Nos amamos mucho. Y, temo decir que nos acostamos relativamente pronto, al estar yo algo enfermo. Sí, he pasado una extraña gripe que apenas me ha durado un día. Eligió el de Navidad sólo para tocar las narices.

   ¿Y qué creen? Parecía que no iba a haber manera de pasar una blanca Navidad. Que en este país el frío no era tan espantoso como se decía.

   Error. El día 26, día de San Esteban (celebrado aquí en Austria no sé por qué motivo), amaneció con Sankt Johann completamente nevado. Aún entonces la capa era finita, pero salimos a dar un paseo igualmente, a disfrutar de estos paisajes blancos dignos de un cuento. Pero es que durante estos dos últimos días ha seguido nevando, y el manto blanco se ha hecho mucho más grueso.

   ¡Tenemos que hacer un muñeco! ¡Tenemos que hacer un muñeco!

   Las montañas, la catedral, las casas, la empresa, los márgenes del río... Todo está cubierto de nieve. Por fin va a empezar verdaderamente la temporada de esquí. Y las previsiones son sorprendentes para los próximos días: el martes la predicción es de -10ºC... ¡de máxima! Todavía me cuesta un poco creerlo. Ya veremos cuando tenga que ir a trabajar helándome el cu... Ehmmmm las piernas. ¡Qué bien me va a venir ese regalo que me ha traído Papá Noel!

Invernalia
   Y sigo diciendo que cada minuto al lado de la Princesa es un precioso regalo caído del cielo. Cada momento con ella es mejor que cualquier momento de mi vida pasada. No puedo esperar a la hora en que viajemos y volvamos a reunirnos con nuestras familias. Que nos volvamos locos en alguna fiesta.

   No puedo esperar a pasar la Nochevieja con ella. A escuchar juntos las campanadas de la Puerta del Sol, y cuando terminen mirarnos a los ojos, y saber sin decirlo que nos amamos. Y besarnos.

   Y seguir viviendo Happily ever after.

   Te amo con toda mi alma, Princesa.

« La vida es sueño. Y los sueños, sueños son. »
- Calderón de la Barca.

domingo, 21 de diciembre de 2014

De Jalosco a Zell am See

   Buenos días, barderos y barderas de todos los rincones del globo (sí, que sois multitud, esto tiene más seguimiento que la Champions League y la gala de los Oscar todo junto). Hoy ya les aviso que como llevo varias semanas haciéndome pen..., tengo bastantes cosas que contar. Así que siéntense cómodos, tengan las patatas fritas a mano, asegúrense de haber actualizado sus documentos de identidad, porque esto va a ser más largo que una maratón Hobbit + Señor de los Anillos edición especial extendida montaje del director todo seguido.

   Empezaré contando que uno de mis jefes se tomó unas vacaciones bastante largas. De dos o tres semanas, si mal no recuerdo. No lo digo por criticar, cada uno sabe las horas que ha acumulado. Pero la información que me llegó es la de que, por un seguro que tiene contratado o algo así, tuvo derecho a tomarse unas "vacaciones por salud".

   Yo recuerdo mis gloriosos años de guardia para cierto proyecto telefónico en el que trabajaba antes. Nos rotábamos un turno de guardias (de soporte a cliente), pero nuestros jefes, por cualquier motivo, querían que hiciéramos un turno extra, y tampoco éramos mucho personal. De manera que llegó un momento en el que prácticamente todos los fines de semana teníamos que estar metiditos en casa con el teléfono disponible.

   Era horrible realizar ese servicio casi todas las semanas, sin poder ir casi a ningún sitio. Llamaban a cualquier hora del día o de la noche. Pasaron cosas extrañas, como que mi hermano llegó a respetar mi trabajo, o que yo me harté de ver Star Wars una y otra vez.

   Y nunca nos dieron vacaciones por salud. Sí, lo han adivinado: es la envidia quien habla por mí.

   Cuando regresó, y los otros jefes se pusieron en contacto con él, la empresa (es decir, el mismísimo Calvin Klein) nos hizo llegar un regalo por nuestra boda. El regalo consistió en una tarjeta de felicitación. ¡Roñosoooooooooos! No, hombre, sólo bromeaba. Con la tarjeta, escrita en perfecto alemán (para que se note que es una empresa que se está internacionalizando), venía un cheque de 250€ para gastar en la tienda de tecnología de la que también son dueños la misma familia. Bien pensado, quizá fuera un regalo trampa: por ejemplo, si usáramos el vale de 250€ para comprar un televisor de 750€, aprovechando el descuento, pues ya son 500€ que hemos dado a los Klein. No, si son listos los amigos, jeje.

   Afortunadamente, como televisor ya tenemos (y bien hermoso, y a Christian Bale se le ve la verruga del ojo y a Tommy Lee Jones se le pueden contar las arrugas que tiene en las arrugas), de momento nos lo hemos gastado en un microondas. También en un teléfono para la Princesa, que necesitaba uno. De momento no tiene tarjeta (de manera que no tiene número de Austria), pero esperamos solucionar eso mañana mismo. El microondas pedimos que nos lo enviaran a casa, y debería llegar mañana.

   ¡Reparten a las siete y media de la mañana!

   En serio, ¿es que esta gente no tienen respeto por las personas humanas? ¿Quién va a estar despierto para recibir a los del reparto a esa hora? A mi pobre Princesita no le va a quedar más remedio. ¡Pero si apenas está saliendo el sol a las siete y media! ¿Es seguro que los transportistas hagan servicio tan temprano? ¿Están despejados, se han tomado un café, o unas anfetaminas?

   Pocos días después de haber recibido el cheque de la empresa, fuimos a clase, y por un momento creímos que nos iban a mandar para casa: la escuela estaba llena de críos que habían ido a exponer los belenes que habían construido. Eran bonitos, hechos de maderitas, corchitos, con su San José, su burro, y su... ¿Krampus? Bueno, no vi en los belenes, pero sí que he visto dibujos de cosas típicas de Navidad, y aquí los niños dibujan Krampus.

   Tan bonito, con sus cuernitos, su mirada aviesa, su sonrisa macabra... Quién no quiere que su hijo pequeño vaya a la escuela y dibuje un diablo violento y macabro.

   Lo peor de todo es que no nos enviaron a casa: hubo clase. Y, como estaban los niños de fiesta y se habían apropiado de los pupitres de mi aula, tuvimos que apretarnos en los cinco que nos dejaron. La parte buena es que ese día la profesora no nos hizo mover las mesas para ponerlas en forma de U, como habitualmente.

   Siguiente buena noticia: finalmente, después de esperar dos semanas, nos pusimos en contacto con el Bezirkhauptmanschaft (o algo así) de Sankt Johann para preguntar por qué no habíamos recibido ninguna notificación acerca del permiso de residencia de la Princesa. Y nos dijeron que debería haber llegado (a día de hoy aún no lo ha hecho), porque de hecho ya lo tenían listo. Así que nos presentamos en la oficina hace dos jueves y lo recogimos.

   Fuimos a falta de veinte minutos de que cerrasen la oficina. Pudimos comprobar que esa es una mala hora para ir a hacer trámites: parece ser que todo el mundo se espera hasta la última hora que está abierta la oficina para hacer lo que sea. No culpo a los pobres ciudadanos que van a hacer sus papeleos: si una oficina tiene a una sola persona para atender a toda una pequeña ciudad de 9 a 12, ¿de verdad esperan que la gente no se acumule?

   Tuvimos que esperar un buen rato, preguntar varias veces si no podíamos acudir a otra ventanilla, que de verdad sólo íbamos a recoger un documento. Nada. Esperamos a nuestro turno como unos buenos conciudadanos del estado de Salzburgo. Al final nos atendieron y la Princesa ya tiene su hermosa tarjetita verde (mira, como en los Iu Es Ei), en la que dice que es residente acá, y que es ciudadana nacida en el estado mexicano de... ¿Jalosco?

   Bueno, nos aseguraron que por esa pequeña errata no había ningún problema. Pero yo no paro de acordarme de aquel video promocional que me llegó de uno de mis hermanos: "Guadalajara no sólo está en Jalosco". "Y que viva el tequila de Jaloscoooooo". "Jalosco: donde los nerds, como en todas partes, no se comen un rosco".

   Bueno, quedémonos con lo bueno: la Princesa ya tiene los papeles en orden, y vamos a ser muy requetefelices aquí en la tierra del frío sin heladas, del esquí sin nieve, y de los diablos salvajes que te muelen a palos a primeros de diciembre.

   El otro día fui a la oficina tan sumamente muerto de sueño que no me di cuenta que no había apretado mi cinturón todo lo que podía. Así que me pasé todo el camino (casi media hora) sujetándome los pantalones en los bolsillos. Casi convencido de que tenía el cinturón bien atado, pero que es que había perdido todavía más peso y no tenía que haberme puesto esos pantalones.

   Bueno, ocurren las dos cosas: al cinturón aún le faltaba un punto, pero además he perdido mucho peso. Este fin de semana tuve oportunidad de subirme a una báscula (luego explicaré dónde), y resulta que peso 65 kilos. Mi peso ideal son 76. Y cuando vine a vivir aquí, creo que estaba en 80. Efectivamente, en un año he perdido 15 kilos sin hacer dieta. ¿Cómo? Yendo a trabajar andando todos los días, y viviendo en una casa a la que hay que subir veinte metros. Yo creo que sólo de los paseos cargando bolsas de la compra...

   En realidad es un serio problema por el asunto de los pantalones. Antes todavía podía decir que los que tenía me quedaban feos (grandes), pero me quedaban. Ahora es que ya no tengo excusa: todos los pantalones me quedan de payaso. Y tampoco soy tan alegre. Me los tengo que estar sujetando. Me los puedo quitar sin desabrochar. Los bañadores me quedan como pantalones pesqueros.

   ¡Estoy feo de coj...!

   La Princesa ha empezado a enseñarme a cocinar. Hemos convenido en que la mejor manera de que aprenda es haciéndole de pinche cuando esté en casa (mayormente, los fines de semana). Lo primero que hicimos fue cierto plato chino (de pollo) al que creo que ya me referí. Pero más recientemente hicimos empanadillas. Hicimos de dos tipos: dulce (con un relleno de mermelada de fresas) y salado (con un relleno de picadillo de verduras). Sorprendentemente, me gustó mucho más la salada. ¡Quizá si la otra hubiera sido con chocolate...! Pero la masa estaba riquísima (creo que esa es la que hizo la Princesa, y la otra es la que hice yo, jeje), y la verdura muy bien mezclada.

   Ahora hace un rato hemos hecho unas galletas: de chocolate y de nuez. A esas todavía tenemos que pillarle el punto de la masa, pero la teoría ya la sabemos. ¡Y oye, quieras que no, estoy aprendiendo a amasar! Con lo que a mí me gusta el pan...

   Este miércoles hicimos pellas en la escuela (lo que nuestros padres llamaban "novillos"), pero era ya el último día antes de las vacaciones. Ya no tenemos que regresar hasta después del día de Reyes. Intentaré adelantar un tema durante las vacaciones: además de haber faltado un día, no quiero quedarme tanto tiempo sin estudiar. Cuando regresemos, además, tendremos un examen fuertecito: cuatro temas del libro todos juntos. Y, aunque uno se haya quedado bien con la sintaxis (que no es el caso), el vocabulario de cada tema es complicado de recordar si no se ha seguido practicando en la vida diaria. Además, en estos temas ya hemos tenido muchas preposiciones, y esas en cualquier idioma son una pesadilla, yo creo. ¿Habrá algún idioma en el mundo sin preposiciones? ¿Algún idioma en el que se pueda decir "Yo conducir casa", "Yo entregar paquete tú"...? Así, como los indios de las películas. Sería preferible.

   La verdad es que faltamos a la escuela, y no podemos hacerlo muy a menudo. Pero es que no siempre apetece ir hasta Bischofshofen, y hacía un frío del demonio. El frío, además de la incomodidad que supone para cualquiera, nos está pasando factura a la piel de nuestros delicados y preciosos cuerpos (valga la humildad).

   Hace unos años fui al médico porque tenía picores muy fuertes en las manos. Me diagnosticaron eccemas. Me dijeron que era algo crónico, que se acabaría quitando con la edad, y que hasta entonces me aguantase. En otras palabras, que no les hiciera trabajar. Malditos médicos... Ahora voy a cumplir treinta años, y los picores de las manos nunca se me han quitado. Los puedo combatir un poco (procurando, por ejemplo, tenerlas siempre muy secas; la humedad se lleva fatal con mis manos). Pero nunca desaparecen del todo. Quizá aquí debería pedir otra opinión.

   Pero es que aquí se me está trasladando a otras partes del cuerpo, y probablemente el frío tiene mucho que ver con ello. Primero me empezaron picando (horriblemente) los gemelos. Cuando me seco con la toalla me rasco con fuerza. Me quedo bien a gusto. Luego ya me hecho una crema hidratante de la piel (porque esa es otra: se me reseca que da gusto). Pero es que después de un tiempo, la Princesa me empezó a notar sequedad en la cabeza. Al poco yo mismo empecé a notarlo. Ya me hecho también crema hidratante en la cabeza. Y, desde hace unos pocos días, también estoy notando que se me rescan las orejas; especialmente la izquierda, que ya ha tenido incluso pequeñas grietas.

   Total: que por las mañanas salgo de la ducha, y me embadurno de crema hidratante hasta que parezco una lasaña a medio hacer. Si jugase al rugby, los contrincantes resbalarían al chocar contra mi cuerpo. Si jugase al fútbol, podría hacer una entrada y patinar más metros que los hermanos aquellos que hacían la catapulta infernal. Puedo bailar y girar sobre un pie más vueltas que Michael Jackson cuando era humano. Sí, hay quien sufre bastante mis bailes, jeje.

   Quizá es una impresión mía, porque soy de natural negativo (ejem), pero de un tiempo a esta parte tengo la sensación de que el inglés está desapareciendo de mi trabajo. Y me siento un poco mal. Seguramente por culpa mía, pero la pura verdad es que en un año que llevo aquí, no he aprendido tanto alemán. Para hablar un poco, para encargar una pizza por teléfono (y me acaben trayendo hamburguesa). Pero no sé suficiente para entender conversaciones ajenas. Y la verdad es que sí noto que, mucha de la gente que antes solía hablar en inglés, ahora siempre que puede cambia al alemán. Y parece darles un poco igual que yo esté en la misma habitación sin enterarme de nada.

   En fin, me tendré que poner las pilas con el tema del idioma. Los deseos de nuestro amado CEO el Señor Klein de internacionalizar la empresa se dan de boca con el muro de la realidad humana: a nadie le gusta hablar un idioma que no sea el suyo si puede evitarlo. Seguramente en España haríamos lo mismo.

   A pesar de ello, no hubo impedimento para que el jueves pasado tuviésemos una fiesta de Navidad de la empresa bastante buena. Bueno, la verdad es que primero tuvimos que aguantar una charla de casi hora y media (en alemán) sobre los proyectos que se van a hacer los próximos dos años. Y me enteré del doble de lo que pensaba: en vez de no entender nada, no entendí nada de nada. Mejor habría aprovechado mi tiempo en mi puesto de trabajo, la verdad.

   Pero luego ya fuimos a la Casa de Cultura y Congresos de la ciudad, donde la empresa había organizado un gran evento. Al llegar nos dieron un vinito caliente (que me gustó un poco más que el que probé en el Krampuslauf). Nos hicimos fotos, para renovar las que usamos en la Intanet para reconocernos. Luego tuvimos un discurso extendido de nuestros CEOs acerca de todo lo que ha conseguido nuestra empresa. Se expusieron fotografías de la gente que ha entrado nueva este año. En la mía, de hace un par de años, con más pelo y más barbas que San José, parecía alguien buscado por la Ertzaina. Menos mal que sólo los que me conocían muy bien me podrían haber reconocido por esa fotografía.

   Luego vino la parte más tediosa del evento: se reconocieron a todas y cada una de las personas que cumplían veinte, quince, diez y cinco años en la empresa. Hubo varios conocidos que no sabía que llevaban tanto tiempo aquí (como la mujer de recursos humanos que nos ha estado ayudando con los papeleos: quince años). Pero la verdad es que fue un episodio largo y pesado para todos aquellos que no cumplíamos años. Cuando iban por la mitad de la gente que cumplía diez años, salió una persona al cuarto de baño porque no aguantaba más. Al poco rato otro. Poco más tarde más o menos todos empezábamos a salir en grupos de tres a cinco o seis personas, porque aquello era interminable. Pero supongo que el reconocimiento ha de ser bonito para aquellos que lo recibieron, y está bien que la empresa considere tanto a cada uno de sus empleados.

   Por cierto, una cosa que vi allí y que me gustó mucho es que en la cena estaban desde los más altos jefazos hasta las empleadas de la limpieza. Creo que son subcontratadas, y me pareció un bonito detalle que se acordaran incluso de ellas. No sé si en muchas empresas españolas lo harían. Dejaron bien claro que todos formamos parte del equipo, del primero al último.

   Después de ese (largo) reconocimiento, vino la cena en sí: buffet libre, así que la mezcla de cosas que comí aquella noche fue para enmarcar: ¿cuántas veces uno tiene ocasión de comer paella (riquísima por cierto), huevos y cochinillo? Y de postre varios tipos diferentes de pasteles y mousses. Ains, qué rico. Con esa cena ya se fueron yendo otras tres copas de vino. A un compañero lo empezaron a emborrachar hasta que casi acabó dormido sobre la mesa (no diré nombres).

   Ah, y casi se me olvida: hubo una tómbola. Se repartieron una centena de regalos entre todos los empleados. A mí me tocó algo (aunque, aún no sabemos por qué, aunque mi nombre estaba bien escrito, el jefazo que dijo mi nombre me llamó Pablo González). Mi regalo fue un extraño pintalabios. Luego vimos que en realidad era una lámpara, como una linterna. Pero era como una linterna que sólo traía conexión USB, y no tenía botones. Creímos en principio que servía para hacer flash en las fotos con el móvil. Pero no tendría sentido, uno tendría que hacer las fotografías a una mano (para sujetar el flash con la otra). Finalmente, un compañero nos explicó que, además de ser una linterna (a la que no encontré el botón de encendido sino hasta el día siguiente, soy así de hábil), es un cargador de teléfono para viaje. Se puede cargar en casa, por enchufe o desde un ordenador. Luego te lo llevas de viaje, y si tu teléfono se queda sin batería, puedes recargar el teléfono desde ahí. Este mismo fin de semana hemos comprobado que es un regalo bastante útil.

   Tras la cena y la entrega de premios vino el inevitable momento de beber hasta caer rendidos. Porque hubo un par de compañeros que fueron a la fiesta con toda la intención de beber y beber hasta el coma etílico. No sé si lo conseguirían, pediré más información mañana. Hasta la Princesa y la mujer de un amigo se nos unieron al rato. Y hubo ronda de tequilas (una vez más, ¡con naranja!), y hubo ronda de vodka, y hubo ronda de whisky... y la Princesa casi tuvo que tirar de mí hasta nuestra casa. Que, lo repito por si no lo recuerdan, está a cierta altura desde la carretera.

   Al día siguiente, cosa de la que yo no me había enterado sino hasta la misma fiesta, la empresa nos obligó a tomar un día de vacaciones para pasar la resaca. De hecho, como no lo sabía, yo todavía tengo pendiente pedir ese día. No sé qué pasará si no lo hago, supongo que me lo quitarán de todas maneras. Y me levantarán un expediente disciplinario por insubordinación y me armarán un consejo de guerra. Sí, es lo más probable.

   ¿Ya se están aburriendo? ¿Ya se están dando cabezazos contra la mesa y están preguntando a Dios en qué momento eligieron seguir el blog de este tostón de ser humano? ¿Tienen ganas de que antivirus detecte una docena de troyanos sólo para tener una excusa de no seguir pasando por este suplicio? No se preocupen, que ya queda poco y además es lo más bonito.

   Este fin de semana disfrutamos de otro de los regalos de nuestra boda: un fin de semana en un hotel de lujo en Zell am See, un hermoso pueblo austríaco junto a un laguito. En el pueblo ya hemos estado un par de veces, creo que hablé de ello. Esta vez no pudimos salir demasiado porque: a) hacía un frío que se te cortaba el bigote sin cuchilla ni espada láse y, b) ¡el hotel era bien buenooooooo!

   La habitación era una suite con sofá, sillón, una camita bien hermosa, cómoda y arreglada con las fundas nórdicas en forma de corazón (que luego pudimos desdoblar, si no se nos habrían helado los piececitos) y pétalos de rosas por encima. Junto al sofá, una mesita con dos copas y una jarra de agua, dos manzanas y una hielera con dos copas y un botella de lo que nos supo a cava, o algo similar. Ah, y un jarrón lleno de rosas abiertas. Precioso. La habitación también tenía un par de pequeñas terracitas con vistas al lago, que apenas hemos disfrutado esta mañana combatiendo el frío. En la suite también había un toilet, y un cuarto con bañera y ducha separados. La ducha era de las que tenían triple función: tenía la alcachofa superior, otra de mano, y varios chorros frontales.

   Después de tomarnos nuestra copia de cava (o lo que fuera) bajamos a disfrutar del spa del hotel: una piscina grande (¡Dios, cómo necesitaba nadar un poco!), otra más pequeña de agua caliente, y un jacuzzi. ¡Qué grande el jacuzzi! Cada vez que lo activábamos duraba como cinco minutos, y no sé si le dimos tres o cuatro veces. Nos dejó como nuevos.

   No diré gran cosa sobre la madre de familia que decidió que era buena idea ducharse completamente desnuda con la puerta del vestuario abierta, a la vista de todo el que pasara.

   A las ocho bajamos para cenar. La reserva incluía una cena íntima, romántica, para nosotros dos. De ser verano, esta cena habría sido en la terraza del hotel. Pero ahora, en esta época de frío extremo (pero sin nieve), la organizaron en una especie de bodeguita, recogida y muy acogedora. Había velas, música, y muchos cubiertos y copas diferentes, para que se notara que había nivel. Porque nosotros tenemos nivel. ¡Que somos poco menos que de la realeza!

   Y qué nos sirvieron: primero un entrante que era como una especie de patata hecha puré con langostinos. Luego una sopita, seguido de la que tal vez sea la ensalada más deliciosa que haya probado en mi vida (bendita vinagreta). Y, después de tres entrantes, el plato principal: el de la Princesa, pescado, y el mío, carne de venado. Tierna y jugosa como sólo se sirven en Navidad. ¡Qué maravilla!

   Me pregunto cuánto tardará ese hotel en conseguir la quinta estrella, porque de verdad que se la merece.

   Y es que cualquier cosa es poca para lo que la Princesa se merece. La dueña de mi corazón es lo mejor que hay en mi vida, y lo daría todo por ella. Qué buen regalo nos dieron, y qué bueno que pudiéramos disfrutarlo juntos. A pesar del precio que tiene, ya estamos pensando en regresar en alguna otra época, quizá con otra habitación más baratita, pero con idea de disfrutar de esa terraza y, una vez más, de ese spa absolutamente reparador.

   Yo daría mi vida entera por mi Princesa.

   Es lo mejor del mundo.

   La amo.

   Creo que la pobre se ha resfriado.

« Vamos a durar. ¿Sabes cómo lo sé? Porque aún despierto cada mañana y lo primero que quiero hacer es ver tu rostro. »
- "PD: Te quiero" (film)

lunes, 8 de diciembre de 2014

Orcoslauf

   Verdaderamente ya no nos fiamos nada de las previsiones del tiempo. Hace semanas que dice que dos días más tarde va a nevar. Y las cosas como son: frío hace, especialmente por las tardes (curiosamente más que por las mañanas); después de mucho esperar, parece que ya cae alguna precipitación. ¡Pero de nieve nada! ¡Nada de nada! Al menos en Sankt Johann. En las montañas ya ha nevado, y el otro día vimos muchas luces en Alpendorf, no sabemos si es que lo festejaron.

   Hace una semana conocimos la nueva casa de un amigo del trabajo. La verdad es que el tipo la ha decorado bien. Es una casa pequeñita, pero más que suficiente para una sola persona. Y todos encontramos algo que nos gustó especialmente: unos sofás bien cómodos, una pantalla grande, un baño espacioso y limpio, variedad de bebidas... A mí me llamó mucho la atención su mesa de comedor: una madera oscura finamente labrada. Casi podía imaginarme un fino ajedrez de marfil encima.

   Pasamos la noche hablando y jugando a las cartas. Ya no recordaba cómo se jugaba a "burro" ni a "mentiroso".

   Otra cosa que hemos hecho últimamente ha sido adornar nuestra casita. Porque como matrimonio, como familia bien avenida que somos, nos gusta adornar nuestra casita para sentir el espíritu navideño. En una tienda Lagerhaus del puebo encontramos tanto figuras de Belén como un árbol. Nuestro casero nos ayudó una noche a ir a buscar el árbol: un abeto gordo tipo barrilete, como un servidor, jeje. Durante la semana siguiente conseguimos las luces del mismo Lagerhaus, las bolas (rojas y doradas) del Billa, unas cintitas para adornar... También tenemos comprados los regalos para la familia, y los hemos puesto al pie del árbol como marca la tradición.

   La verdad es que la Princesa hizo la mayor parte del trabajo. Tiene un gusto exquesito (anteriormente quesito), y adornó tanto buena parte del árbol como los regalos. Sólo nos ha faltado hasta ahora una estrella para coronar la punta, pero no hemos conseguido encontrarla. Tan sólo hemos encontrado unas estrellas de oferta en el Lidl, pero parecían más grandes que mi cabeza, esto es, considerablemente grandes.

   Parece que despertamos la envidia de nuestra casera, que también quería comprar uno. Cada vez que nos veía nos decía "Sí sí, mañana vamos a ir de compras y a ver si nos llevamos uno". Como para tantas cosas, parecía muy ilusionada, pero su hombre-pareja-sentimental-íntima es el Hombre del Mañana. Parece que bastante a menudo le da largas "sí, sí, mañana vamos", etc. 

   Pero no, porque nos hemos asomado hace un momento y parece que este fin de semana finalmente sí han comprado un árbol: un tronco algo flaco y desramado si preguntan nuestra opinión, pero supongo que todavía tiene tiempo de adornarlo un poco más y disimularlo.

   Nuestro Belén está bonito: tiene a San José, a la Virgen, al angelito, el burro, el we... perdón, el buey, y el niñito estará el día 25 que es cuando nace. En España no recuerdo que nunca siguiéramos esa tradición de no tumbar al niño hasta el día de Navidad, pero le encuentro bastante sentido; y qué diablos, en España pusimos de moda incluir a un pastor haciendo de vientre. Es un Belén pequeño, pero montado con mucho cariño. Que de eso en esta casa hay más que suficiente. :-)

   Este fin de semana ha sido largo, porque aquí, como en España, se declara festivo el día de la Inmaculada Concepción. La Inma para los amigos. Como países oficialmente laicos que somos. No vamos a quejarnos de librar un lunes, oye. Lo hemos aprovechado para que mi Príncipa, que es la mejor entre las mejores en muchos sentidos y entre otros en la cocina, me enseñe hoy a preparar un pollo agridulce.

   Con autocrítica, debo decir que aún me queda mucho recorrido. Nos ha quedado un plato muy rico, pero creo que ha sido sobre todo por su ayuda. A mí me ha parecido algo relativamente sencillo de hacer; no tanto de memorizar. Hay que seguir muchísimos pasos, preparar varias cosas por separado, etc. Se necesita un auténtico libro de instrucciones. Y la cocina requiere de práctica, porque no hay una medida para saber cuánta harina hay que echar a una pasta: se va viendo lo que se necesita. Lo dicho, práctica, saber un poco cómo se comportan los ingredientes. Por eso digo que ha salido bien, pero que me queda mucho por recorrer todavía.

   Ay eso sí, luego a la tarde ella ha preparado unos buñuelos que estaban para chuparse los dedos. Literalmente, me los he chupado: me encanta cómo se me quedan los dedos llenos de azúcar para llevármelos a la boca. ¡Y no para morderme las uñas!

   En eso, en lo de las uñas (hay que ver de qué manera más curiosa voy hilando temas en mi cabeza), hemos llegado a un acuerdo a ver si funciona: cada vez que me muerda una uña, a razón de uña/día, le tengo que dar un euro. ¿Y qué creen? ¿Que dejé de mordérmelas? Bueno, de momento le he dado dos euros y, a falta de monedas, le debo cuatro más. O dejo de morderme las uñas, o acabará siendo ella la que guarde el dinero en una cuenta corriente.

   ¡Que no! ¡Tarde o temprano funcionará! ¡De verdad que sí! ¡Lo espero, lo espero, lo espero!

   ¿De dónde vendrá mi onicofagia crónica? ¿Será algún trauma de pequeño? ¿Me las he mordido desde siempre? No consigo recordar. Hasta donde alcanza mi memoria sí, pero tengo una especie de laguna mental entre los siete y los diez años de los que no recuerdo casi nada, y de antes no recuerdo que ya me las mordiera. Cuando mi hermano rodó cierto cortometraje (que esperamos volver a ver algún día) y yo contaba con seis añitos, hubo un accidente que me hizo perder una uña completa. Y no recuerdo que por aquel entonces me las mordiera. Quizá fue cuando empezó, quién sabe.

   Bueno, hoy estoy escribiendo el post más aburrido de la historia desde que Zapatero decidió hacerse blogger. Bueno, hasta donde yo sé Zapatero no es blogger, pero si lo fuera, seguro que sus posts harían dormirse a los árboles. Pero es que he dejado lo más entretenido para el final:

   Krampuslauf.

   Si he entendido bien el folklore, parece que San Nicolás, santo patrón venerado por estas partes, expulsó al diablo de algún sitio. Así que la gente por aquí tiene la costumbre de celebrar el día de San Nicolás, 6 de diciembre, con un desfile cuanto menos curioso, conocido como Krampuslauf:

   el desfile es de grupos de... ¿personas normales?, disfrazados, uno como San Nicolás (una especie de Papá Noel convertido en Papa... o sea, que es por partida doble el Papa Noel), un par de chicas como ángeles repartiendo dulces (aunque a nosotros no nos dieron un triste Sugus), y una decena de locos como unos demonios locales llamados Krampus.

   Los Krampus se parecen en lo bonito a mi hermano (a ver cuál de los dos se da por aludido, jejeje soy malvadoooooo): si alguien ha visto El Guerrero Número 13, es una especie de mezcla entre los Bendorf de esa película y los orcos de El Señor de los Anillos con cuernos satánicos. Sus rostros son oscuros, sus narices largas como las de las meigas, su expresión es conscientemente desagradable. Visten con harapos sucios, y no es porque hayan estado bebiendo. Se arman con unas ramas de árbol y van pegando a la gente.

   No, no es una representación: ¡los muy brutos van hostiando realmente al personal! Hubo un desfile el viernes y otro el sábado. Nosotros fuimos al del sábado, en el que había unas vallas. Un amigo nos dijo que las vallas las habían puesto porque el desfile de Sankt Johann, al que iban grupos de varios pueblos de alrededor, era muy turístico, y algunos años a los Krampus se les había ido la mano sacudiendo a los transeúntes. Pero que, de hecho, en los pueblos pequeños, menos turísticos, no hay vallas, e ir a verlo, es peligroso.

   Ah, si llegamos a entender por qué nuestra casera dijo que prefería no ir porque les daba miedo. Unos amigos nos dijeron que ellos ya habían ido a otro desfile y que todos habían recibido algún golpe. Yo creí que podría pasar la noche prudentemente lejos de ellos. ¡Bobo de mí! Me llevé dos buenos ramazos en las piernas, y mi queridísima Príncipa recibió otro, ¡y eso no puedo tolerarlo! Tuve que matarlo.

   No, no maté a nadie, pero habría estado justificado, desde mi punto de vista.

   Además, ¿qué hace San Nicolás mientras los Krampus sacuden con la vara a los pobres peatones? Nada. Absolutamente nada. El Nico (que desde que leo la Biblia tenemos mucha confianza) camina, mira a los lados, sonríe y saluda cual Borbón drogado, como si la cosa no fuera con él. ¿Expulsa a los demonios? ¿Protege al pueblo? No. Mira a los lados, sonríe y saluda. En lo mucho que ayuda al pueblo, parece ser un político.

   De hecho, había guardias de seguridad para proteger a la gente. ¡Y yo vi, con estos ojos preciosos (humildemente) y diminutos que Dios me ha dado, cómo uno de los Krampus le soltaba un ramazo a uno de los guardias! Ay, en los años 30 esto no se permitía en Austrrrrrria.

   Otra cosa típica de aquí durante la celebración de San Nicolás es beber vino tinto caliente. No caliente - del tiempo como normalmente se toma el vino tinto: vino calentado, que se sirve casi hirviendo. A mi Príncipa le gustó mucho. A mí no me encantó demasiado. Después del primero me tomé una cerveza, y de ahí pasé a la Coca-Cola. Creo que me estoy haciendo mayor.

   Pero sí, desde luego que hacía falta alcohol para olvidar la imagen de aquellos demonios infernales pegando y humillando a la gente cual antidisturbios en manifestación estudiantil. La verdad es que fue bien divertido: los golpes dolían mucho en el momento, pero el escozor se pasaba rápido. Quizá porque uno estaba más pendiente del frío que hacía.

   ¡En la próxima fiesta espero que haya dragones!
   
« Estos orcos no vienen de Mordor. »
- "El Señor de los Anillos" (film)
 PD: En la foto salí guapo, pero no entiendo por qué el maldito demonio feo y sucio quiso ponerse a mi derecha y no en el centro.