lunes, 25 de agosto de 2014

El Viaje de Caterina y Ezio

   Mi princesa, el ser más hermoso y maravilloso que jamás haya pisado la Tierra (dicho objetivamente) cumplió quinceyonce primaveras el pasado sábado. Y como no se me ocurría qué regalo poder comprar, o crear, que hiciera justicia a semejante ejemplo de la perfección, para esa luz plateada que me acompaña cada día, decidí regalarle un viajecito a aquella de las hermosas ciudades italianas que tenemos más cerca: Venecia.

   Siendo honestos, yo también llevaba tiempo detrás de conocer esa ciudad. Años atrás había planteado la posibilidad de hacer un tour por todo el norte de Italia (Venecia, Florencia, Milán). Tour que finalmente no hice porque hice otros viajes antes. Pero la posibilidad se ha presentado, el motivo no podía ser mejor, y la verdad es que me alegro de haber conocido esa delicia arquitectónica de la mano de la persona a la que más amo.

   Después de ver un par de películas el viernes por la noche, salimos de Sankt Johann el sábado a la madrugada. El tren pasaba poco más tarde de la una y media, y nos encontramos con que todas las oficinas de la estación estaban cerradas. Así que no podíamos comprobar en qué plataforma de las cuatro que hay pasaría nuestro tren. Vía Internet conseguimos averiguarla, y cruzando mucho los dedos (haciendo changuitos), acertamos.

   En principio, sólo tuvimos que hacer una parada hasta St. Veit - Schwarzach, donde debíamos hacer transbordo para tomar el tren definitivo que nos llevase allá. La espera fue de más de una hora, dado que este tren vino con retraso. Primero tuvimos que averiguar, nuevamente, en qué andén pararía nuestro convoy. Toda la información sobre trenes en los paneles de información termina a las once y media de la noche. Si hay trenes más tarde, ¿por qué no informan de ellos? Con la ayuda de un empleado que se paseaba por allí, pudimos averiguar la plataforma, y también que el nombre alemán de Venecia es Venedig, cosa que no sabíamos (la web del transporte público austríaco, ÖBB, lo marca como VENEZIA).

   El tren llegó con casi una hora de retraso. La noche era fría. Estábamos hambrientos. Solos. Desesperados. Vale, estoy dramatizando, ¿pero a que queda bien? Realmente hacía algo de frío, tuvimos que aguardar dentro de las casetas aisladas. Lo más divertido llegó en el momento de abordar el tren: a diferencia de los trenes nacionales, en los internacionales tienes una cabina y un asiento asignado determinado (sí, cabina: estos trenes son como los de Harry Potter). Primero, tuvimos que atravesar los estrechos pasillos llenos de turistas medio dormidos, cargando con nuestro pequeño equipaje. Cuando nos indicaron qué cabina ocupar, encontramos que en nuestros asientos ya había dos hombres durmiendo, roncando, como si hubiesen estado toda la noche de parranda (no estamos muertos, estamos de parranda).

   Fueron los propios empleados del tren los que los despertaron y los sacaron de allí. Con mucha paciencia. Porque los turistas recién levantados tienen más pachorra para moverse que una carrera de caracoles. Finalmente ocupamos nuestros asientos, uno en frente del otro, y no tardamos en caer dormidos. En el viaje nos acompañaba un grupo de turistas cuya nacionalidad no pudimos saber. Iban cambiado de un idioma a otro de una manera extraña, y lo único que sabíamos es que no hablábamos ninguno.

   Finalmente, tras unas seis horas de viaje, atravesamos el puente que une Venecia con el continente, y ya habiendo despuntado el alba hacía un rato, arribamos a la estación de Santa Lucía.

   Nada más salir de la estación de trenes de Venecia se puede percibir que uno no está en una ciudad normal. Cien metros adelante, el Gran Canal cruza tu mirada de un extremo a otro, y los edificios románicos del otro lado se levantan majestuosos como diciendo "has venido a oler Renacimiento, ¿verdad?".

La primera visión, nada más llegar
   ¿La nota discordante? Como siempre. El maldito tiempo. Empiezo a sentirme como el protagonista de un vídeo del que me han hablado (no lo he visto aún), un argentino en Canadá que empieza diciendo "oh, qué bonita, la nieve, el manto blanco, etc.", y después de dos meses termina diciendo "estoy hasta las narices de la mierda blanca esta". No para tanto, pero de verdad, que a mí solía gustarme la lluvia. Me gustaba. La disfrutaba. Y el frío también.

   He necesitado viajar al norte para volverme mediterráneo.

   Pues sí, en Venecia también llovía y también hacía frío. Menos mal que en esta ciudad hay tanta gente que el viento no puede correr demasiado. Yo pensaba que, al igual que ocurre en Roma, en verano, con el calor y la humedad, esta época sería la temporada baja de turistas. Pero no debe de ser así. ¡Qué cantidad de gente! Toda la ciudad parece la Calle Preciados el 23 de diciembre.

   Llegamos al Hotel Príncipe, con el que tuvimos suerte a medias. Tuvimos suerte, porque el hotel es engañoso: por fuera parece más bien una pensión, poca cosa; pero una vez cruzas sus puertas te encuentras en un lugar enorme, con una decoración sencilla y de muy buen gusto, algo vintage.

   Aquí se debe hacer un aviso para futuros consumidores de booking.com: aunque la página os ofrezca la opción de elegir (o adelantar a posteriori) la hora deseada de check-in, ¡no lo creáis! Llamad al hotel y confirmadlo. Lo que el servicio proporciona al hotel es la hora a la que van a llegar los huéspedes, para guardar las maletas si estos lo desearan. Pero la hora de check-in es la que determina el hotel, y parece que es más o menos inamovible. Nosotros, quejándonos un poco y mostrando mucha paciencia, conseguimos que nos dieran habitación a las once y media de la mañana.

   La habitación era amplia y cómoda, con un televisor con canales en cuatro idiomas diferentes. En español sólo estaba sintonizado el 24h, como siempre. Las vistas daban a la concurrida calle que transcurre por el lado exterior del Gran Canal, con toda la gente moviéndose arriba y abajo como hormiguitas felices. O medio felices. Porque cada vez llovía más, y de hecho, tuvimos que esperar un rato antes de poder salir a la calle.

Hermosos los canales
   Salimos cuando la lluvia no se había detenido, pero había aflojado un poco, pensando que tal vez no se detendría del todo en ese día. Me equivoqué por poco en eso, como se verá.

   La ciudad de Venecia está llena de vida, al menos ahora en verano. Arriba y abajo transitan turistas y estudiantes de multitud de nacionalidades. La lluvia no los asusta. Uno empieza a caminar por el lado norte de la isla de una manera más o menos cómoda. Según va avanzando, rodeando el Gran Canal hacia el lado sur, las calles empiezan a hacerse estrechas, angostas, como callejones de un antiguo barrio medieval. Pero la cantidad de gente no disminuye, así que cada vez se va haciendo más y más difícil caminar.

   Pero eso sí: ¡qué calles! ¡Qué aspecto antiguo y romántico le da a la ciudad que la isla sea totalmente peatonal! (o casi) ¡Qué sensación de haber retrocedido en el tiempo le da esas callejas rodeadas por tiendas y puestos, atravesadas por los canales que llevan bañándola desde hace milenios! Esas paredes de piedra dorada, esos suelos pavimentados como en la época del Imperio Romano, esos puestos callejeros donde se venden todo tipo de baratijas para turistas... A nosotros nos convencieron con un par de máscaras carnavalescas bien bonitas. Creo que me voy a poner la mía para ir a trabajar, aunque la forma espigada de la nariz me hace temer que vaya golpeando a la gente.

   Cuando las calles ya son tan estrechas que apenas caben dos personas de una pared a la de enfrente, uno se topa con el Puente de Rialto. Aquí debo hacer mi pequeña apreciación friki: esta era una de las dos localizaciones que yo conocía más por el excelente videojuego "Assassin's Creed II" que por lo que hubiera visto en libros (siendo la otra la Plaza de San Marcos). Y encontrarme finalmente sobre ese puente ancho lleno de tenderetes sobre él fue especial. Es un enclave sorprendente. ¿A quién se le ocurrió levantar un mercadillo sobre un puente sobre el Gran Canal veneciano?

   Por desgracia, la lluvia en ese momento arrecibaba tanto, y la cantidad de gente era tan densa, que tuvimos que descender bastante pronto y encaminarnos finalmente hacia San Marcos.

   Lo diré simple y llanamente: la Plaza de San Marcos es uno de los lugares más espectaculares que he vistado construidos por la mano del hombre, y la Basílica de San Marcos es de lejos el edificio más bonito que he visto en toda mi vida (superando al que hasta ahora consideraba mi edificio favorito, la Basílica del Sagrado Corazón de París).

Lo que es una pena es que el edificio es tan grande que sacar una
foto general de él es casi imposible.
   Más que una basílica parece un palacio (de hecho, al principio lo confundía con el Palacio Ducal). Los arcos se levantan vigorosos sobre las puertas ricamente talladas, y por todas partes a lo largo de la fachada, diferentes frescos y decoraciones adornan las piedras. Ángeles y demonios bailan sobre las cornisas, con un color blanco como la sal del agua que los rodea, al son de la música que los grandes artistas europeos han ido componiendo a lo largo de la Historia.

   Ay, qué pena que la cola para entrar fuera tan condenadamente larga. Fácilmente tendríamos que haber estado esperando una hora, y aunque en aquel momento la lluvia se detuvo, amenazaba con regresar en cualquier momento. Sólo teníamos un día para estar en la ciudad, y realmente no merecía la pena. Queda pendiente ver el interior de esta espectacular construcción. Siempre hay que dejar algo pendiente para el regreso.

   La verdad es que, a su lado, el hermosísimo Palacio Ducal, luce muy poco. ¿Los antiguos Medici no habrían preferido establecer su residencia en un enclave donde no se vieran tan ensombrecidos? ¿Tal vez la Iglesia no les permitía ser más que ellos? Ni que hablar de la impresionante torre del campanario en frente, que en cualquier otro lugar de cualquier otra ciudad habría sido sido sin duda el edificio más visitado, pero que allí, a pesar de su tamaño, queda como un "sí, también está bonito".

   Cuando uno piensa que no puede haber más maravillas, sigue avanzando y se asoma a las aguas del Mar Mediterráneo, para contemplar las torres de San Giorgio Maggiore y de la Iglesia del Santísimo Redentor en la isla que hay al otro lado de la ría. La imagen es de postal. Si uno la ve en un libro, en una película, en un videojuego, piensa que es fruto de la imaginación de artistas, y que un lugar así no puede existir en el mundo real. Bendito Dios que nos dio en aquel momento los primeros rayos del sol del día (¿y de la semana?).

Sí, este lugar existe
   Regresando al frikismo, a los que conocen el mentado videojuego renacentista, debo decirles que, tal y como ocurría con el "Hermandad" (siendo el Coliseo de Roma el ejemplo más evidente), el equipo de Ubisoft reprodujo muy fielmente las localizaciones históricas, pero se les fue la mano con la escala: los lugares, que en la realidad son grandes y majestuosos, en el videojuego son, simplemente, enormes.

   Giramos a mano izquierda y continuamos paseando, entre la tumultuosa gente, junto a las aguas, contemplando a los cruceros que se paseaban a quinientos metros, y a las góndolas tristemente ancladas en el muelle. La verdad es que el día no invitaba. Ni los precios tampoco. Más tarde tuvimos ocasión de preguntar cuánto costaba un paseo en estas típicas embarcaciones: 120€ por cuarenta minutos de trayecto (WTF!). La verdad es que el viaje de ida y vuelta desde Sankt Johann nos costó muy poquito más.

   Pedimos unos helados en tarrina en un puesto. Me encanta el helado de chocolate, lo siento, es mi perdición particular. Estoy en Italia, donde hay literalmente sabores de helado que no he conocido jamás, y yo me voy al chocolate. Qué le voy a hacer. El vicio es el vicio.

   Continuamos paseando hasta llegar al antiguo arsenal, un edificio de aspecto castellano o de fortaleza, a cuyo interior no se podía acceder porque, incluso hoy en día, sigue siendo zona militar. Estaba rematado por un arco para barcas y una puerta de entrada para peatones que llamaba la atención por su regia decoración.

   Habiendo llegado tan lejos, quisimos regresar al hotel, pero no por el mismo camino que habíamos venido, sino callejeando. Ni modo. Intentar perderse por las callejuelas y los puentes de Venecia es como intentar encontrar la salida del Laberinto del Minotauro. Ora te puedes encontrar con una calle sin salida que va a dar directamente a un canal, ora el trazado de los paseos están diseñados de tal manera que, sí o sí, te retornan a la Plaza de San Marcos. No pudimos evitarlo, y al final acabamos regresando por el camino por el que habíamos venido.

   Tras descansar un poco después de ardua caminata (Jesús cómo nos dolían los pies), salimos a cenar a un restaurante que estaba en frente mismo del hotel. Yo comí espaghetti con almeja, y mi princesa pudo descubrir que "macarrones" se dice "penne". Así que penne y almeja. Fue una cena deliciosa. Por cierto, que al contrario de lo que he visto en el resto de Europa, en Italia, así como en España, sí que se estila el Menú del Día: por apenas diez ó doce euros puedes comer dos platos y postre. Delicioso.

   Tras la cena dimos un paseo por la zona que rodea a la estación de trenes. Descubrimos el Puente de la Constitución (aunque no descubrimos su nombre hasta la mañana siguiente). Este puente, la verdad, pega en esa ciudad tanto como una cartuchera en una estatua de la Virgen María. Parece de Calatrava. ¿Quién se empeña en hacer edificios ultra modernos art-decó en una ciudad de arquitectura clásica? No es que yo sea un fiera en historia del arte, pero no hace falta tener mucha visión para ver que queda tan bien como una espinilla entre los ojos.

   ¿Alguna vez habéis tenido una espinilla entre los ojos? Son un coñazo, y más si usas gafas.

Me lo imagino con un campo de fuerza debajo...
   Cuando ya empezábamos a regresar al hotel para dormir, oímos música cubana en una de las calles de un lado. Junto a una de las orillas descubrimos lo que debía de ser una escuela de danza latina. Un montón de gente bailando ¿salsa, cumbia? La Princesa sabe mejor que yo. Y se notaba que era una escuela no en el hecho de que todos bailaran bien, sino en que todos bailaban igual de bien. Vamos, de hecho parecían haber sido todos programados. No podía distinguir unas personas de otra. Los estuvimos viendo un rato, disfrutando de la música, antes de regresarnos finalmente al Príncipe para dormir.

   Día largo, pero aprovechado y hermoso.

   A la mañana siguiente desayunamos en el hotel, justo después de darnos cuenta que el camino de regreso no era por tren, sino en autobús hasta Villach (un pueblo de la frontera austríaca). Y la estación de autobuses, en teoría, estaba al lado de la de trenes.

   En teoría. La verdad es que había que caminar veinte minutos y atravesar dos puentes para llegar a la parada de autobuses. Además, ésta se encontraba bien oculta entre diferentes edificios de aparcamientos y estaciones de ferries. Nos pasamos de salida en una ocasión, y finalmente llegamos a la parada de autobuses justo cuando veíamos un dos-pisos con las siglas ÖBB arrancando. Por poco no conseguimos llegar a tiempo. Conseguí correr y ponerme en frente de él, y el conductor, muy amablemente, nos permitió la entrada y nos confirmó que aquel era el autobús correcto.

   No había montado en el piso superior de un autobús desde que estuve en Londres por última vez. No estaba mal, pero no era lo más de lo más de la comodidad. Además, en viajes largos (este era de tres horas y media), ¿dónde ha quedado la clásica pantalla para que puedas dormir una película moderna de John Wayne o Frank Sinatra?

   Cuando uno llega a los alpes italianos, el aspecto de la carretera cambia mucho de golpe. Grandes gargantas, cascadas, un túnel detrás de otro para los vehículos... Se sentía que estábamos regresando.

   Poco más hay que contar. En Villach cambiamos el autobús por el tren sin incidencias. Íbamos con más tiempo y la información estaba más clara. En el tren, eso sí, nos movieron después de que ocupáramos unos asientos que estaban reservados. Y nos pusimos en frente de una pareja de ancianos bastante simpáticos. Ella nos miraba embelesada como nos salieran corazoncitos de la cabeza. ¿Es así? Eso explicaría el peso que estamos perdiendo.

   Llegamos a Sankt Johann con el suficiente cansancio en el cuerpo como para no ir a casa directamente, sino hacer una breve paradinha en el McDonald's, a consumir una dosis alta de calorías y grasa. Mmmmmmmmm delicioso.

   En resumen (sí, porque esto se podría haber resumido): espectacular ciudad, de las que más me han gustado de todas cuantas he visitado, y esto a pesar del tiempo y de las aglomeraciones de gente. ¿Habrá influido que viajaba acompañado por mi Princesita amada, la flor más maravillosa que ha surgido en este campo de ortigas llamado Humanidad?

   Puede ser. Yo, por mi parte, me apunto la tarea de regresar algún día, en temporada baja de turistas, a visitar el Campanario, a detenerme un buen rato en el Puente de Rialto, quizá a comprar alguna cosita, y, sobre todo, a conocer a fondo el interior de esa hermosísima basílica con la que sé que voy a soñar más de una vez y más de dos.

   Y, si regreso con mi amor, mejor que mejor. Así todos mis deseos se harán realidad.

« - Es una buena vida esta que vivimos, hermano.
   - La mejor. Que nunca cambie.
   - Y que nunca nos cambie a nosotros. »
- Assassin's Creed II

lunes, 18 de agosto de 2014

La fiesta y la visita

   Hace dos sábados tuvo lugar una fiesta aquí en el pueblo a la que llaman Untermarkt ("el mercado de abajo", seguramente mal escrito). La gente la compara con la Obermarkt ("el mercado de arriba", que esto parece el anuncio de Fairy), y dicen que aquella es algo más clasista, y menos divertida. La Ubermarkt, además del mentado mercado, del que me llevé un cinturón nuevecito, tuvo puestos de cerveza en la calle y actuaciones.

   La primera curiosidad con la que nos encontramos fue que nos cobraron entrada ¡para entrar al pueblo! Mientras toda Europa permanece momentáneamente orgullosa de no tener fronteras, la única la teníamos en Sankt Johann. Cinco euros por persona (que se dice pronto) para que nos pusieran una pulserita con la que podíamos entrar todas las veces que quisiéramos. Y menos mal, porque la primera vez que atravesamos la calle principal del barrio de abajo no pretendíamos quedarnos, sino que íbamos camino del otro extremo para cenar unas costillas. ¿Podíamos dar un rodeo? Sí, de una hora...

   Por cierto, casi una hora esperamos a que nos sirvieran las costillas, y unas mujeres de despedida de soltera nos timaron para vendernos unas chucherías. Pero en fin. Era por una buena causa. Que se case alguien siempre es una buena noticia.

   A la vuelta ya nos metimos en la fiesta, y nos íbamos a tomar algo rápido. Pero héte aquí que nos encontramos con un amigo del trabajo, su novia y algunas amigas. Una de ellas era de Innsbruck (seguramente mal escrito), pero también hablaba español, y resultó ser una tía divertidísima. La Princesa y ella se pasaron toda la noche bailando, nos tomamos cervezas (el presidente de la empresa que andaba por allí nos invitó amablemente a una) y nos quedamos hasta que la fiesta terminó. A altas horas de la madrugada. Antes del canto del gallo. De hecho, bastante antes del canto del gallo. A las dos de la mañana, y porque estábamos en plan after.

   Hubo tiempo para todo: cerveza blanca, cerveza oscura, una especie de vino rebajado con agua que a mí no me entusiasmó, y mucho rock de los 60, 70 y 80. Estuvo bien escuchar en aquella fiesta la banda sonora de Grease y recordar cuando en el colegio yo hice de John Travolta. Sí, lo hice. Era joven y estúpido, y ahora ya no soy joven. Además, los profesores debían de pensar que era mono ver niños pequeños cantando como en su película favorita de juventud... ¿a quién cara... se le ocurre eso?

  En fin. Al día siguiente de la fiesta llegaron mis padres de visita. Se quedaron por una semana, y no quisieron dormir en el dormitorio. No sé cómo de cómodos estarían en el sofá-cama los dos. El primer día estaban cansados y no hicimos nada. De hecho, la Princesa y yo fuimos a cenar a casa de un amigo que nos había invitado. Pero a partir del día siguiente nos liberamos por un par de días de las clases de alemán y empezamos a visitar lugares.

No será la mejor foto, pero da una idea de la
profundidad de la garganta
   Visitamos Liechtensteinklamm, una garganta que hay aquí al lado del pueblo y que no pudimos haber visitado antes por desprendimiento de piedras. Llovía, la verdad. Pero el lugar tiene un descenso de agua muy fuerte entre rocas bien afiladas, y era bastante impresionante. Además, de algunas de las paredes de la garganta salían enormes y preciosas cascadas que caían como un torrente de espuma sobre las turbulentas aguas del río. A pesar de toda la humedad, mereció la pena visitarlo.



   También fuimos finalmente a la fortaleza de Hohenwerfen, que tantas veces habíamos visto ya en fotografías o desde el mismo tren. Interesante pieza de la historia austriaca, con unas murallas imponentes y unos jardines realmente bonitos. Llovía, eso sí. Pero estuvo interesante, y una audioguía nos contó cosas bien interesantes sobre la historia de la fortaleza, que pasó por ser también un palacio e incluso una cárcel. Alguna celda de castigo especial o ciertos instrumentos de tortura ponían los pelos de punta, más incluso que la lluvia.

Nuestra humilde casitu
   Otro día quisimos recorrer la carretera de Großglockner, de la que nos habían dicho era la carretera de montaña más bonita de Europa. Fuimos el jueves, y justo antes de acceder a la carretera había que atravesar un puesto de pago. Antes de atravesarlo, como llovía (sorpresa), preguntamos cómo estaba el tiempo arriba. Nos dijeron que ira, fuego, tempestad, muerte, desolación... Bueno, no tanto, pero sí nos dijeron que había nieve y niebla, y nos convencimos de que no merecía demasiado la pena. Aún si la nieve no nos daba problema, no veríamos nada.

   Lo intentamos de nuevo al día siguiente, en el que, como no, llovía, pero menos. ¿Se nota lo cansaditos que estamos de lluvia? Era viernes 15 de agosto, y era día festivo, así que pudimos ir por la mañana. En la misma garita nos dijeron que el tiempo aquel día era variable. En ese momento pensé que era una buena manera de decir que no tenían ni idea del tiempo que hacía, pero resultó que no. Resultó que el tiempo era verdaderamente variable. Aquel día pudimos ver perfectamente las cuatro estaciones del año: hubo sol, hubo nubes y claros, hubo lluvia, hubo niebla y hubo incluso nieve. Hasta el coche pareció terminar confundido con tanto cambio, y en una de las paradas que hicimos para fotografiar el paisaje, no quiso volver a arrancar.

   Mi padre estuvo llamando a servicios de asistencia (que, por cierto, creo que le dieron largas, y no diré qué empresas eran), hasta que a los quince minutos aproximadamente, el coche decidió que ya era suficiente con la broma y volvió a arrancar. Para los que piensen que podíamos haber intentado arrancarlo empujando, debo apuntar que se trata de un coche automático y que nos encontrábamos cuesta arriba. Además, en el momento de la avería fue cuando nos alcanzó la niebla y llegó la lluvia (todo a la vez), así que no fue precisamente en el mejor momento.

   Aún así, estábamos todos juntos y estábamos de bastante buen humor. Y cuando el coche ya nos concedió su bendito funcionamiento, continuamos carretera adelante.

   Comimos en una parada de la carretera, unas salchichas típicas y, por fin, el tan alabado wiener Schnitzel. Que suena muy exótico, pero que al final no deja de ser un filete de ternera empanado. Y punto. Quiero decir, que filetes exactamente del mismo sabor los he cocinado yo. Y eso es algo un poco lamentable que decir de un plato. Estaba rico, pero para un "manjar típico del país", francamente, yo me esperaba otra cosa. No sé, algo más, que le diera sabor. ¿Chile? ¿Salsa Valentina? Puedo decir sin pudor que la eché de menos.

   Más adelante ya llegamos al final de la carretera al monte Großglockner. Tuvimos suerte, porque en ese momento, al llegar junto a la montaña y ver el impresionante y gris glaciar que baja de ella, el tiempo nos concedió la tan ansiada tregua. Dejó de llover, incluso asomó ligeramente el sol, y pudimos ver todos los montes que nos rodeaban. Y se mantuvo así hasta un rato después de emprender el camino de regreso.

Esto es lo que yo llamo "sitio pocho"
   Y sí, debo decir que efectivamente, la carretera a Großglockner merece sin duda una visita. Las montañas son tan impresionantes, los barrancos quitan tanto el aliento, las cascadas son tan frescas, los arco iris tan dibujados, que se convierte en un lugar difícilmente olvidable. Soy feliz de haberlo conocido junto a las personas que más quería.

   Pero ay, algunos somos débiles, y en el camino de regreso me dormí. Un poquito. Solamente un poquito. Ya se sabe, cuando deja de llover, el día se me hace aburrido. Aprovechamos la ocasión para visitar Zell am See, que la Princesa no conocía, y que estaba cerca. El lago estaba tan hermoso como en mi anterior visita, y las calles con mucha más vida.

   Y sobre la vida de Zell am See debe destacarse algo sorprendente: durante toda esta semana estuvimos observando una extrañamente alta densidad de visitantes musulmanes (las mujeres en burka destacan bastante). Pero en ningún lugar notamos esta alta concentración de personas procedentes de países islámicos como en esta pequeña ciudad junto al lago. Realmente, mirásemos donde mirásemos, únicamente los veíamos a ellos. Y gente había, y mucha. Según nuestras cuentas, las únicas personas que vimos que podrían ser austríacas fueron las dos mujeres que nos atendieron en la cafetería donde nos tomamos un chocolate, y una mujer más que vimos pasar por la calle con su bebé.

   Sin entendernos mal, no tenemos nada en contra del Islám, ninguno de nosotros (aunque lo del mentado burka...). Pero simplemente nos sorprendió encontrar tantos aquí. Cualquier país del Mediterráneo está geográficamente más accesible para esta gente. España está mucho más accesible. O eso pensábamos. Pero aquí el porcentaje de población musulmana era alto mucho más alto que en España. Nos llamó la atención. Nos quedamos con la duda pendiente de qué país vendrían.

   Eso es lo que nos dedicábamos a hacer por las tardes, cuando yo salía de trabajar. Por las noches tomamos afición a jugar. Una vez a los dados y, sobre todo, al Uno. El Uno es un buen juego cuando se juntan cuatro o más personas. Entretenido, que saca lo peor que hay en nosotros (muajaja), y bastante rápido. La última noche la Princesa nos metió una sonora paliza. ¿De verdad se pueden hacer tres puntos en cuatro manos? La amo.

   Mis padres trajeron un montón de cosas de España que esperamos en algún momento puedan ser útiles: unos cuantos libros, cuadros para colgar de la pared, una impresora/escáner (a esto sí que espero darle uso)... Creo que ya se puede decir que, a pesar de un par de cosas del ajuar que todavía faltan (ese colador, esa tabla para cortar que hoy hemos visto a ¡8 euros!), la casa esta montada. Nuestra casa. Nuestro hogar.

   Mis padres se marcharon ya. Querían hacer el camino de retorno con más tranquilidad de lo que hicieron el de ida, que fue un poco paliza. Mañana llegarán a España. Nos quedamos con la cosa de saber qué pasará con el coche, si volverá a dar un susto como el que nos dio en Großglockner. La verdad, no me acaba de convencer que los coches tengan tanta cosa electrónica "para facilitar la vida al conductor". No puedo imaginar una avería como la que sufrimos en nuestro antiguo Peugeot 306, que no tenía ni ABS. Buenos brazos hacíamos aparcando con ese coche.

   Hablando de brazos, esta mañana he empezado a hacer flexiones, a ver si cojo algo de fuerza. La nueva pregunta por lo tanto es, ¿cuánto tiempo aguantaré haciéndolo?

   Una semana más ha terminado, y sigo acompañado por la persona más maravillosa, la más calurosa, la más afectiva, la mejor que he conocido. A la que más me gusta abrazar y con quien disfruto enormemente al despertar. A la que no me canso de besar ni de decirle lo preciosa y lo preciada que es para mí.

   Porque, francamente, en una sola vida me sería imposible hacérselo entender.

   En cuatro días nos marchamos a Venecia. Y, además, sus documentos por fin llegaron, y creemos que los míos están en Correos (nos llegó el aviso). Así que pronto podría haber más novedades.

« He estado en la cima de la montaña, y he visto la Tierra Prometida. »
- Martin Luther King.

viernes, 8 de agosto de 2014

Un admirador, un amigo

   Sí, todas ellas jajajaja.

   Sé que tengo esto bastante abandonado. La verdad es que tampoco ha ocurrido últimamente gran cosa de relevancia. Puedo hablar de trabajo. Uno de mis jefes, que es puro administrador, se está poniendo un poco cansino con que actualicemos las horas de los proyectos (las que llevamos trabajadas y las que están pendientes). Lo repite tantas veces al día que realmente dan ganas de tirarle un reloj de pared a la cabeza o algo.

   La Princesa y yo hemos empezado a tomar clases particulares de alemán por las tardes, con una familiar que es profesora de alemán. Va bien, pero es realmente duro pronunciar correctamente este idioma. Además, hay una dificultad añadida: que ella y yo partimos de bases idiomáticas diferentes. Aunque los dos hablemos español, yo entiendo que para ella, por ejemplo, debe de ser difícil entender el significado de ihr, dado que en mexicano nunca se usa el vosotros.

   Por otra parte, hay cosas que yo creía que eran diferentes. Por ejemplo, creía que había algún tipo de regla para diferenciar cuándo una palabra se escribe con ß y cuándo se escribe con ss (que se pronuncia exactamente igual). Según esta profesora no, las dos letras son perfectamente intercambiables y es indiferente cuál se utilice.

   En una cosa nos equivocábamos: parece que la presencia de la Princesa aquí y el buen tiempo que tuvimos en marzo no estaban relacionados. Eso, o el dios de los austriacos quería venderle lo bonito que es el país. Porque desde que llegamos prácticamente no hemos conocido un día con lluvia. Claro que no llueve a todas horas, ni mucho menos, pero todos los días llueve aunque sea un poquito. ¡Esto sí que es un verano!

Ni a eso soy capaz de meterle un gol
   Comparado con las comidas mexicanas, evidentemente las de aquí son bastante insaboras. Pero parece que hemos conseguido superar ese problema: hemos descubierto una muy recomendable página alemana, www.mercadomexicano.de (la publicidad es gratis, meine Freunde), donde hay bastantes productos mexicanos para comprar online. No hay de todo, pero sí bastante para quitarnos el mono. Esperemos.

   El otro día fue nuestro aniversario. Los diez mesecitos más felices de toda mi vida. Y la Princesa preparó una cena estupendísima con dos platos, y tenía el dormitorio decoradito (no diré de qué, jeje), y teníamos velas, y vino italiano... Precioso. Estoy intentando que me enseñe a bailar, pero no se atreve. Cree, con bastante razón, que soy un pato cojo, borracho, mareado y medio sordo. ¡Pero yo quiero aprender a bailar con ella!

   Sobre el tema de la Casa que Enloquece, los documentos de ella ya están apostillados y listos para que nos los envíen en cualquier momento desde México. Los míos los hemos pedido por dos vías: además de a través del consulado, que parece que sólo se comunica con la embajada, y la embajada parece que sólo se comunica con España via valija diplomática quincenal, también hemos solicitado mi certificado de nacimiento online para ver si nos lo envían más deprisa.

   Últimamente rompemos cosas. Somos de romper. Han caído ya copas, vasos, somos incapaces de pegar una estantería de baño, y la lavadora empieza a dar problemas de fugas. Además, tenemos manchas de humedad, y de momento no he sido capaz de hacer entender a los caseros que, aunque lo limpiemos y lo pintemos, si no lo solucionan, va a volver a pasar. Mañana haremos otro intento de explicárselo.

   Mis padres han empezado un largo viaje en coche hacia acá. Han partido esta mañana, y esperamos que lleguen el domingo a mediodía, o así. Hace ilusión. La verdad es que también creo que será bueno que, al menos por unos días, la Princesa pueda hablar con más de dos o tres personas. Serán cinco. Pero bueno, ya será a cualquier hora, no tendrá que esperar a mediodía para poder hablar en voz alta con alguien. Creo que puede ser un descanso para ella.

   Estamos viendo muchas películas. Me voy a aficionar a Cantinflas. Es como una versión mexicana de Groucho Marx. Ya hemos visto El Padrecito (entretenidilla) y El Barrendero (divertidísima). No sé cuál será la siguiente. He pensado en enseñarle a ella nuestra muy local Atraco a las tres, pero me da miedo que haya que ser muy español para entenderla. También vimos hace no mucho una película dramática sobre un hecho histórico de México que yo no conocía, una matanza de estudiantes ocurrida en 1968. Lo del derecho a la libertad de expresión es una cosa más reciente de lo que nuestra generación se imagina, y pienso en algunas personas que conozco, y no deberíamos despreciarla.

   La vida sigue, cada vez mejor, cada vez más divertida, cada vez más chida. Tengo ganas de ir teniendo el papeleo preparado para empezar a preparar el siguiente paso.

   Sigo amando a mi Princesita de Chocolate, mi flor, mi Chikitruskis, más y más cada día que pasa.


« Fernando Galindo, un admirador, un amigo, un esclavo, ¡un siervo! »
- Jose Luis López Vazquez en "Atraco a las tres"

viernes, 1 de agosto de 2014

La Casa Que Enloquece

   Como prometí, este tercer post irá dedicado a hablar un poco de las benditas administraciones, a las que adoramos y amamos y que todo nos lo facilitan. Porque qué seríamos nosotros, pobres mortales cubiertos de piojos y miseria, sin esa estupenda burocracia que nos allana el camino y nos hace el destino más sencillo, más prometedor, más lleno de esperanza, de luz y de color.

   Pues sí, seríamos más felices, realmente.

   Lo primero, es que España no permite casarse en su territorio a ninguna pareja en la que ninguno de sus miembros resida actualmente en la nación. Ni siquiera si uno de ellos tiene nacionalidad española: el padrón es requisito imprescindible. O eso me dijeron, para ahorrarse trabajo. Tal vez de hacerlo allí nos habríamos ahorrado trámites pesados y situaciones curiosas, como la de celebrar una boda con un intérprete. Pero la cuestión es que no nos lo permitieron. Por otra parte, es posible que sea una ventaja: aquí podemos atender a la bendita y amada burrocracia (no es un gazapo) con más facilidad que a 2000 km. de distancia.

   Para que una pareja de Europeo + No-europeo se case en Austria, requieren de cada uno de ellos un certificado de nacimiento reciente (seis meses), un certificado de residencia (o padrón, o, en mi caso, Meldetzetter), y un certificado de soltería (además de la identificación, claro está). En el caso de la persona no europea, los documentos originales tienen que estar apostillados. Todos estos documentos se deben traducir al alemán, y con estos, se debe pedir cita para realizar ya el enlace. Para pedir cita cualquier persona vale como intérprete: para la boda propiamente dicha, debe ser un intérprete jurado.

   Me va a costar un poco recordar el trámite que seguimos en Zapopan, dado que a lo tonto modorro, hace prácticamente un mes de aquello. Fuimos el primer día al edificio de la gobernación, donde solicitamos el certificado de nacimiento, y después un certificado de residencia de la Princesa. Nos atendía una señora que tenía aspecto de haberse comido a otra señora mucho más simpática que ella. Nos recogió los papeles a regañadientes y nos dijo que fuésemos al día siguiente a recogerlo. Nosotros no nos rendimos, y fuimos a solicitar el certificado de soltería. A una ventanilla. No, a la otra. No, mientras te lo preparan tienes que ir a la caja 3 para pagar. No, a la caja 3 del piso 2. Regresa a por los papeles. No, pero es que para recoger los papeles necesitas el certificado de nacimiento. Pues ya vuelve al día siguiente y recoges las dos cosas. Regresas al día siguiente a primera hora de la mañana para que te dé tiempo a todo. No, los certificados de nacimiento no los expiden hasta las doce en punto (porque debe de ser que a las 11:55 no los tienen listos).

   Al menos así nos dio tiempo a desayunar. ¡Chingado, no nos apetece re-desayunar! Da igual, desayunamos, a falta de nada mejor que hacer... Nos hacemos unas fotos, oh, qué bonito. La verdad es que la basílica de Zapopan es bien bonita, estaría bonito casarnos allá. Al final, a las 12:02 (¡maldita sea, qué impuntuales!) vamos a por el certificado de residencia, y con él solicitamos el certificado de soltería. Nos dicen que tarda de dos a cinco días naturales, y estamos ya a miércoles. El sábado nos vamos. Ainssss.

   Afortunadamente, llamamos el viernes y nos dijeron que ya lo tenían preparado. Las chicas que nos expidieron aquel certificado de soltería eran bastante más simpáticas que la anterior (la mala de La Sirenita), y les contamos toda nuestra historia. Se quedaron de piedra cuando vieron las fotos de Sankt Johann. Mil gracias a ellas, que nos atendieron MUY bien, la verdad.

   Nos faltó poder apostillar todos los documentos, pero eso se lo dejamos encargado a mi suegro (bien buena onda el hombre, no sé qué haríamos sin él). De hecho, mientras escribo estas líneas, él ya tiene los documentos apostillados, y tenemos pendiente investigar de qué manera ultra-segura enviarlos acá. ¿E-mail? No, no, eso no vale, no es oficial. Es mucho más seguro para todos enviarlo a través de un avión, carreteras, caminos llenos de bandidos, víboras, ratas, fantasmas y dragones.

   Ahora llega la administración espaustriaca ("¡Yo soy espaustriaco!"). De momento he conseguido pedir, a través del Consulado Honorario de Salzburgo (al que íbamos con miedo, pero donde nos atendieron bastante bien, al final), el certificado de nacimiento y una fe de estado civil. El certificado de soltería español es curioso, porque no lo expiden para la persona que se quiere certificar que está soltera: se expide para los dos contrayentes. ¿Para qué, si el certificado de la Princesa ya lo tenemos? Ah, porque Spain is different. No sé. En cualquier caso, para solicitar el certificado de soltería necesito primero el certificado de nacimiento, así que estamos a la espera de que Madrid nos lo remita.

   Cuando Madrid nos envíe el certificado de nacimiento, tendré que pedir un día libre en el trabajo para ir a Viena, porque el certificado de soltería (que en alemán se llama Ehefähigkeitszeugnis, y minipunto para quien consiga decirlo en voz alta) hay que solicitarlo presencialmente.

   De momento, así es como estamos. ¿A que es sencillo? Me han hablado de casos similares, para conseguir residencia, para conseguir la nacionalidad española (después de casados)... Todo el mundo se choca con la burrocracia. Lo hacen todo tan simple. ¿Verdad que todos nos acordamos de aquel famoso episodio de Las Doce Pruebas de Astérix?


   A veces dan ganas de regresar a la Edad Media... Menos por la peste y la Inquisición y eso. La Inquisición apestosa no está bonita.

   Mientras tanto, la Princesa y yo seguimos disfrutando del tiempo que llevamos juntos. Cada minuto a su lado es un sueño hecho realidad, y trato de disfrutarlo al máximo. Trato de darle toda la felicidad que soy capaz. Es lo único que me importa. Como dijo el gladiador Máximo, "Todo lo demás es polvo y aire".

« La parte contratante de la primera parte será igual a la parte contratante de la primera parte. »
- Groucho Marx en "Una noche en la ópera".