domingo, 28 de diciembre de 2014

Esta noche es Nochebuena

   Hay una aventura que me aconteció hace unas semanas, y de la que hasta ahora no había referido nada. No fue por interés ni por vergüenza (aunque pueda parecerlo), sino simplemente porque no me acordé de hablar de ello. De verdad. Que sí. Que lo prometo.

   Ocurrió en los albordes del doceavo mes del año, en una noche de cielo despejado y frío extremo, que el Bardo que escribe estas líneas se dispuso a afeitarse la barba. Con maquinilla. Porque cuando un Bardo tiene un pulso que le impide robar panderetas, no es aconsejable que se intente afeitar con cuchilla. Ocurre que este personaje tiene unas patillas muy pobladas, algo comparable a Vicente del Bosque o al padre de Zipi y Zape. Así que, de vez en cuando, tiene que recortársela un poco, también.

   Este día, el Bardo, que tiene menos luces que el camerino de Steve Wonder, pensó: "Ey, ahora tengo una máquina recortadora con un cabezal. Quizá con esto me pueda recortar las patillas más fácilmente". Este personajillo con la cabeza menos amueblada que un piso recién construido, agarró la máquina recortadora, con el cabezal a la longitud mínima; la encendió; la colocó en la parte inferior de la patilla; y la hizo avanzar con un movimiento decidido hacia arriba.

   Flash.

   El Bardo, que demuestra ser tan inteligente como una top model en un concurso de televisión, se quedó sin patilla y sin un buen pedazo de su, por otra parte, hermosa cabellera en la parte superior de la oreja.

   Sí, así fue como ocurrió. Afortunadamente, mis amigos, tengo a mi lado a una persona estupenda y maravillosa, a la que amo con locura, y que está llena de recursos. Durante dos semanas se estuvo despertando a la misma hora que yo para aplicarme algo de maquillaje (un lápiz oscuro) en la zona que me había quedado calva. La patilla, por supuesto, fue insalvable, y lo que hice fue cortarme también la otra. Pero la calva se disimuló muy bien, y ni en la oficina ni en la escuela nadie se dio cuenta nunca. O, al menos, no tuvieron el valor para decírmelo sin reírse. Eso sí, durante ese tiempo, por miedo a que el maquillaje se desprendiera, no utilicé ni gorro ni auriculares para escuchar música.

   Pero no hay que preocuparse ni sufrir. Mi pelo ha retornado. Mi larga y sedosa cabellera vuelve a ser la envidia de Legolas, y la dejo ondear al viento cual pendón sobre la torre de un castillo.

   Fue cuanto menos curioso ir a trabajar el 24 de diciembre. A mí ya me habían dicho que sólo se trabajaban cuatro horas (la mitad del día), y sabía que todos mis compañeros se iban a pedir ese día como vacaciones. Lo que no me imaginaba yo era que, al llegar a la oficina, me encontraría todas las puertas cerradas. El sistema de seguridad que tenemos (con un chip) para abrirlas no funcionaba. Y yo me empezaba a plantear si no ocurriría como en el día siguiente de la fiesta de Navidad, y estaba obligado a pedir vacaciones.

   Tenemos un horario flexible, y yo normalmente entro a trabajar a las siete de la mañana. Decidí esperar por lo menos hasta las ocho a ver si aparecía la gente de la recepción. No tuve que esperar tanto. A las siete y diez, alguien debió de entrar por otra puerta del edificio (imagino que con una contraseña), y el sistema de apertura de puertas empezó a funcionar.

   Fue un día muy aprovechado, realmente. Estuve mirando trenes. Estuve buscando coche. Estuve llamando a la embajada mexicana para preguntar si debíamos validar nuestro matrimonio allí (sí, debemos, y sospecho que en España también deberíamos). Trabajé un poco, aunque parezca mentira. Aprendí a hacer un script en ventana de comandos de Windows. Ay, cómo echo de menos Linux. Pero en general fue una mañana algo aburridilla.

   Luego ya fui a casa, con mi Princesa, dispuesto a disfrutar la maravillosa Nochebuena que pasaría con ella.

   Nos pasamos el día cocinando. Realmente desde el día anterior, ya que el lomo mechado se había quedado marinando dentro del frigorífico. Pero, aparte de eso, había ensalada de manzana, spaghetti verdes, puré de patatas y mucho, mucho amor.

   Como en mi familia nunca hemos tenido demasiada tradición de Nochebuena, seguimos las tradiciones de la Princesa. Esperamos hasta medianoche, hasta que dieron las campanadas de Navidad. Entonces acostamos al Niño Dios (nuestro Belén había estado ausente de niño hasta ese momento). Lo cantamos un poco. La Princesa se emocionó. Creo que para ella ha sido un poco difícil, o encontrado, hacer esto por primera vez sin su familia, sin sus padres y hermanos.

   Luego brindamos. Nos deseamos buenos deseos para esta Navidad y para el año que va a entrar.

   Y entonces comimos la cena. O una pequeña parte de ella. Somos dos personas, pero, tal como había anticipado ella, hicimos comida suficiente para todo el puente. Sólo comimos una pequeña parte. Teníamos dos kilos de lomo, y entre los dos no comimos ni uno entero (ojo, que me refiero a la comida, no es que nosotros tengamos dos kilos de puro lomo, arf).

   Luego abrimos nuestros regalos (aunque sabíamos de sobra cuáles eran, claro). Con mucha ilusión rompimos los papeles. La Princesa tiene un abrigo y alguna otra cosa que le compraré la semana próxima (no pude encontrar ropa de su talla a tiempo; lo sientoooooo). Yo tengo unos pantalones que se ponen debajo de los pantalones normales para que me quiten el frío, y unas zapatillas de deporte muy, muy cómodas, que me encantan.

   Cantamos villancicos. Nos amamos mucho. Y, temo decir que nos acostamos relativamente pronto, al estar yo algo enfermo. Sí, he pasado una extraña gripe que apenas me ha durado un día. Eligió el de Navidad sólo para tocar las narices.

   ¿Y qué creen? Parecía que no iba a haber manera de pasar una blanca Navidad. Que en este país el frío no era tan espantoso como se decía.

   Error. El día 26, día de San Esteban (celebrado aquí en Austria no sé por qué motivo), amaneció con Sankt Johann completamente nevado. Aún entonces la capa era finita, pero salimos a dar un paseo igualmente, a disfrutar de estos paisajes blancos dignos de un cuento. Pero es que durante estos dos últimos días ha seguido nevando, y el manto blanco se ha hecho mucho más grueso.

   ¡Tenemos que hacer un muñeco! ¡Tenemos que hacer un muñeco!

   Las montañas, la catedral, las casas, la empresa, los márgenes del río... Todo está cubierto de nieve. Por fin va a empezar verdaderamente la temporada de esquí. Y las previsiones son sorprendentes para los próximos días: el martes la predicción es de -10ºC... ¡de máxima! Todavía me cuesta un poco creerlo. Ya veremos cuando tenga que ir a trabajar helándome el cu... Ehmmmm las piernas. ¡Qué bien me va a venir ese regalo que me ha traído Papá Noel!

Invernalia
   Y sigo diciendo que cada minuto al lado de la Princesa es un precioso regalo caído del cielo. Cada momento con ella es mejor que cualquier momento de mi vida pasada. No puedo esperar a la hora en que viajemos y volvamos a reunirnos con nuestras familias. Que nos volvamos locos en alguna fiesta.

   No puedo esperar a pasar la Nochevieja con ella. A escuchar juntos las campanadas de la Puerta del Sol, y cuando terminen mirarnos a los ojos, y saber sin decirlo que nos amamos. Y besarnos.

   Y seguir viviendo Happily ever after.

   Te amo con toda mi alma, Princesa.

« La vida es sueño. Y los sueños, sueños son. »
- Calderón de la Barca.

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