lunes, 18 de agosto de 2014

La fiesta y la visita

   Hace dos sábados tuvo lugar una fiesta aquí en el pueblo a la que llaman Untermarkt ("el mercado de abajo", seguramente mal escrito). La gente la compara con la Obermarkt ("el mercado de arriba", que esto parece el anuncio de Fairy), y dicen que aquella es algo más clasista, y menos divertida. La Ubermarkt, además del mentado mercado, del que me llevé un cinturón nuevecito, tuvo puestos de cerveza en la calle y actuaciones.

   La primera curiosidad con la que nos encontramos fue que nos cobraron entrada ¡para entrar al pueblo! Mientras toda Europa permanece momentáneamente orgullosa de no tener fronteras, la única la teníamos en Sankt Johann. Cinco euros por persona (que se dice pronto) para que nos pusieran una pulserita con la que podíamos entrar todas las veces que quisiéramos. Y menos mal, porque la primera vez que atravesamos la calle principal del barrio de abajo no pretendíamos quedarnos, sino que íbamos camino del otro extremo para cenar unas costillas. ¿Podíamos dar un rodeo? Sí, de una hora...

   Por cierto, casi una hora esperamos a que nos sirvieran las costillas, y unas mujeres de despedida de soltera nos timaron para vendernos unas chucherías. Pero en fin. Era por una buena causa. Que se case alguien siempre es una buena noticia.

   A la vuelta ya nos metimos en la fiesta, y nos íbamos a tomar algo rápido. Pero héte aquí que nos encontramos con un amigo del trabajo, su novia y algunas amigas. Una de ellas era de Innsbruck (seguramente mal escrito), pero también hablaba español, y resultó ser una tía divertidísima. La Princesa y ella se pasaron toda la noche bailando, nos tomamos cervezas (el presidente de la empresa que andaba por allí nos invitó amablemente a una) y nos quedamos hasta que la fiesta terminó. A altas horas de la madrugada. Antes del canto del gallo. De hecho, bastante antes del canto del gallo. A las dos de la mañana, y porque estábamos en plan after.

   Hubo tiempo para todo: cerveza blanca, cerveza oscura, una especie de vino rebajado con agua que a mí no me entusiasmó, y mucho rock de los 60, 70 y 80. Estuvo bien escuchar en aquella fiesta la banda sonora de Grease y recordar cuando en el colegio yo hice de John Travolta. Sí, lo hice. Era joven y estúpido, y ahora ya no soy joven. Además, los profesores debían de pensar que era mono ver niños pequeños cantando como en su película favorita de juventud... ¿a quién cara... se le ocurre eso?

  En fin. Al día siguiente de la fiesta llegaron mis padres de visita. Se quedaron por una semana, y no quisieron dormir en el dormitorio. No sé cómo de cómodos estarían en el sofá-cama los dos. El primer día estaban cansados y no hicimos nada. De hecho, la Princesa y yo fuimos a cenar a casa de un amigo que nos había invitado. Pero a partir del día siguiente nos liberamos por un par de días de las clases de alemán y empezamos a visitar lugares.

No será la mejor foto, pero da una idea de la
profundidad de la garganta
   Visitamos Liechtensteinklamm, una garganta que hay aquí al lado del pueblo y que no pudimos haber visitado antes por desprendimiento de piedras. Llovía, la verdad. Pero el lugar tiene un descenso de agua muy fuerte entre rocas bien afiladas, y era bastante impresionante. Además, de algunas de las paredes de la garganta salían enormes y preciosas cascadas que caían como un torrente de espuma sobre las turbulentas aguas del río. A pesar de toda la humedad, mereció la pena visitarlo.



   También fuimos finalmente a la fortaleza de Hohenwerfen, que tantas veces habíamos visto ya en fotografías o desde el mismo tren. Interesante pieza de la historia austriaca, con unas murallas imponentes y unos jardines realmente bonitos. Llovía, eso sí. Pero estuvo interesante, y una audioguía nos contó cosas bien interesantes sobre la historia de la fortaleza, que pasó por ser también un palacio e incluso una cárcel. Alguna celda de castigo especial o ciertos instrumentos de tortura ponían los pelos de punta, más incluso que la lluvia.

Nuestra humilde casitu
   Otro día quisimos recorrer la carretera de Großglockner, de la que nos habían dicho era la carretera de montaña más bonita de Europa. Fuimos el jueves, y justo antes de acceder a la carretera había que atravesar un puesto de pago. Antes de atravesarlo, como llovía (sorpresa), preguntamos cómo estaba el tiempo arriba. Nos dijeron que ira, fuego, tempestad, muerte, desolación... Bueno, no tanto, pero sí nos dijeron que había nieve y niebla, y nos convencimos de que no merecía demasiado la pena. Aún si la nieve no nos daba problema, no veríamos nada.

   Lo intentamos de nuevo al día siguiente, en el que, como no, llovía, pero menos. ¿Se nota lo cansaditos que estamos de lluvia? Era viernes 15 de agosto, y era día festivo, así que pudimos ir por la mañana. En la misma garita nos dijeron que el tiempo aquel día era variable. En ese momento pensé que era una buena manera de decir que no tenían ni idea del tiempo que hacía, pero resultó que no. Resultó que el tiempo era verdaderamente variable. Aquel día pudimos ver perfectamente las cuatro estaciones del año: hubo sol, hubo nubes y claros, hubo lluvia, hubo niebla y hubo incluso nieve. Hasta el coche pareció terminar confundido con tanto cambio, y en una de las paradas que hicimos para fotografiar el paisaje, no quiso volver a arrancar.

   Mi padre estuvo llamando a servicios de asistencia (que, por cierto, creo que le dieron largas, y no diré qué empresas eran), hasta que a los quince minutos aproximadamente, el coche decidió que ya era suficiente con la broma y volvió a arrancar. Para los que piensen que podíamos haber intentado arrancarlo empujando, debo apuntar que se trata de un coche automático y que nos encontrábamos cuesta arriba. Además, en el momento de la avería fue cuando nos alcanzó la niebla y llegó la lluvia (todo a la vez), así que no fue precisamente en el mejor momento.

   Aún así, estábamos todos juntos y estábamos de bastante buen humor. Y cuando el coche ya nos concedió su bendito funcionamiento, continuamos carretera adelante.

   Comimos en una parada de la carretera, unas salchichas típicas y, por fin, el tan alabado wiener Schnitzel. Que suena muy exótico, pero que al final no deja de ser un filete de ternera empanado. Y punto. Quiero decir, que filetes exactamente del mismo sabor los he cocinado yo. Y eso es algo un poco lamentable que decir de un plato. Estaba rico, pero para un "manjar típico del país", francamente, yo me esperaba otra cosa. No sé, algo más, que le diera sabor. ¿Chile? ¿Salsa Valentina? Puedo decir sin pudor que la eché de menos.

   Más adelante ya llegamos al final de la carretera al monte Großglockner. Tuvimos suerte, porque en ese momento, al llegar junto a la montaña y ver el impresionante y gris glaciar que baja de ella, el tiempo nos concedió la tan ansiada tregua. Dejó de llover, incluso asomó ligeramente el sol, y pudimos ver todos los montes que nos rodeaban. Y se mantuvo así hasta un rato después de emprender el camino de regreso.

Esto es lo que yo llamo "sitio pocho"
   Y sí, debo decir que efectivamente, la carretera a Großglockner merece sin duda una visita. Las montañas son tan impresionantes, los barrancos quitan tanto el aliento, las cascadas son tan frescas, los arco iris tan dibujados, que se convierte en un lugar difícilmente olvidable. Soy feliz de haberlo conocido junto a las personas que más quería.

   Pero ay, algunos somos débiles, y en el camino de regreso me dormí. Un poquito. Solamente un poquito. Ya se sabe, cuando deja de llover, el día se me hace aburrido. Aprovechamos la ocasión para visitar Zell am See, que la Princesa no conocía, y que estaba cerca. El lago estaba tan hermoso como en mi anterior visita, y las calles con mucha más vida.

   Y sobre la vida de Zell am See debe destacarse algo sorprendente: durante toda esta semana estuvimos observando una extrañamente alta densidad de visitantes musulmanes (las mujeres en burka destacan bastante). Pero en ningún lugar notamos esta alta concentración de personas procedentes de países islámicos como en esta pequeña ciudad junto al lago. Realmente, mirásemos donde mirásemos, únicamente los veíamos a ellos. Y gente había, y mucha. Según nuestras cuentas, las únicas personas que vimos que podrían ser austríacas fueron las dos mujeres que nos atendieron en la cafetería donde nos tomamos un chocolate, y una mujer más que vimos pasar por la calle con su bebé.

   Sin entendernos mal, no tenemos nada en contra del Islám, ninguno de nosotros (aunque lo del mentado burka...). Pero simplemente nos sorprendió encontrar tantos aquí. Cualquier país del Mediterráneo está geográficamente más accesible para esta gente. España está mucho más accesible. O eso pensábamos. Pero aquí el porcentaje de población musulmana era alto mucho más alto que en España. Nos llamó la atención. Nos quedamos con la duda pendiente de qué país vendrían.

   Eso es lo que nos dedicábamos a hacer por las tardes, cuando yo salía de trabajar. Por las noches tomamos afición a jugar. Una vez a los dados y, sobre todo, al Uno. El Uno es un buen juego cuando se juntan cuatro o más personas. Entretenido, que saca lo peor que hay en nosotros (muajaja), y bastante rápido. La última noche la Princesa nos metió una sonora paliza. ¿De verdad se pueden hacer tres puntos en cuatro manos? La amo.

   Mis padres trajeron un montón de cosas de España que esperamos en algún momento puedan ser útiles: unos cuantos libros, cuadros para colgar de la pared, una impresora/escáner (a esto sí que espero darle uso)... Creo que ya se puede decir que, a pesar de un par de cosas del ajuar que todavía faltan (ese colador, esa tabla para cortar que hoy hemos visto a ¡8 euros!), la casa esta montada. Nuestra casa. Nuestro hogar.

   Mis padres se marcharon ya. Querían hacer el camino de retorno con más tranquilidad de lo que hicieron el de ida, que fue un poco paliza. Mañana llegarán a España. Nos quedamos con la cosa de saber qué pasará con el coche, si volverá a dar un susto como el que nos dio en Großglockner. La verdad, no me acaba de convencer que los coches tengan tanta cosa electrónica "para facilitar la vida al conductor". No puedo imaginar una avería como la que sufrimos en nuestro antiguo Peugeot 306, que no tenía ni ABS. Buenos brazos hacíamos aparcando con ese coche.

   Hablando de brazos, esta mañana he empezado a hacer flexiones, a ver si cojo algo de fuerza. La nueva pregunta por lo tanto es, ¿cuánto tiempo aguantaré haciéndolo?

   Una semana más ha terminado, y sigo acompañado por la persona más maravillosa, la más calurosa, la más afectiva, la mejor que he conocido. A la que más me gusta abrazar y con quien disfruto enormemente al despertar. A la que no me canso de besar ni de decirle lo preciosa y lo preciada que es para mí.

   Porque, francamente, en una sola vida me sería imposible hacérselo entender.

   En cuatro días nos marchamos a Venecia. Y, además, sus documentos por fin llegaron, y creemos que los míos están en Correos (nos llegó el aviso). Así que pronto podría haber más novedades.

« He estado en la cima de la montaña, y he visto la Tierra Prometida. »
- Martin Luther King.

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