miércoles, 26 de noviembre de 2014

La Boda Real

   Estamos casados. La Princesa y yo ya somos Herr und Frau. Somos una pareja ante la ley, con las responsabilidades que conlleva la convivencia, el matrimonio y la vida en general. Somos adultos. Nos hemos hecho adultos. ¡Nos hemos hecho adultos! ¡Mierda! ¿Cuándo ha pasado esto?

   Por supuesto, sólo estoy bromeando. Estoy más que encantado de ser la otra mitad de la Chaparrita. Y como soy más feliz que un regaliz y vivo más contento que una hiena y más tranquilo que una vaca en el prado, voy a contaros exactamente cómo fue este día.

   La noche anterior preguntamos a nuestra casera su opinión femenina sobre el vestido de la Princesa. Porque, eso sí, ella no estuvo 100% segura de su aspecto hasta el último minuto. Son las desventajas de ser perfeccionista, a la par que perfecta. La casera, que todo lo que tiene de simpática lo tiene de friolera, le aconsejó que comprase inmediatamente unas medias de grosor 40 DIM (a mí me suena a tamaño de folios, si os soy sincero), porque con un vestido no iba a soportar las terribles temperaturas invernales siberianas árticas que podían esperarnos. Vamos, que lo de la Batalla de las Árdenas iba a ser un día de playa comparado con lo que nosotros íbamos a pasar.

   Así ahí estamos, levantándonos a las siete de la mañana para medio arreglarnos y presentarnos a las ocho en punto, hora de apertura, en el BIPA, a comprar las susodichas medias. El tiempo amenazaba, era cierto. Estaba oscuro como la conciencia de alguien que tenía la conciencia oscura, y lloviznaba levemente. Por fortuna, encontramos las medias en seguida y regresamos rápido a la casa.

   Hay que reconocer una cosa: hay muchos motivos por los que me alegro de no ser mujer. Es cierto, que por mucho que nosotros nos arreglemos, y nos pongamos un trajecito, y una corbatita, y este mes nos duchemos, todo el mundo lo que va a decir es "¡Qué guapa está la noviaaaaa!". En eso perdemos. Pero la neta, entre no tener período, no tener que dar a luz, y muy especialmente, estar arreglados en cuarenta minutos... Sí, nuestra vida es considerablemente más fácil. Hay que reconocerlo.

   Ese es mi punto: la Princesa se pasó el resto de la mañana preparándose (y preguntándose si de verdad se veía bien). Yo, simplemente, tenía mi ropa preparada desde el día anterior, y sólo necesité ducharme y vestirme. Ella llevaba un vestido rosado con zapatos negros (a juego con su hermoso cabello de azabache), con un sólo tirante, que le hacía parecer una auténtica reina. Solamente le faltaba la corona. Yo llevaba un sencillo traje de pantalón y chaqueta negros sobre una camisa blanca y corbata. Nada, yo no soy ni importante ni bonito. Ella estaba preciosa. Ella era un ángel. Ella era un sol. Y desde entonces hasta ahora, no ha hecho más que mejorar.

   Apareció mi hermano por la puerta, cuarenta minutos antes de la ceremonia. Su mujer y él son fotógrafos profesionales, y vinieron completamente equipados para hacernos el favor de retratar el momento. Fuimos nosotros, antes de que la Princesa estuviera preparada, porque debíamos ir al Gemainde antes para llevar la bebida para el brindis (el pan tostado, que dice el traductor de Google).

   Llegamos al Gemainde. El lugar estaba abierto, pero dentro reinaba la oscuridad, el frío y la soledad. Un escalofrío me recorrió la espalda cuando una risa se oyó de los pisos superiores, una risa infernal procedente de las profundas oscuridades del Hades...

   ¡No hombre, que os lo creéis todo! Lo que pasa es que el momento estaba siendo algo aburrido y quería adornarlo un poco. Ahora iba a añadir un dragón.

   En realidad llegamos al Gemainde, y sí es verdad que en principio parecía vacío, a pesar de estar abierto. Subí las escaleras dirigiéndome al despacho del Stammdesamt cuando a mi encuentro salió una mole, una bestia, un troll de las cavernas... Bueno, en realidad quien salió fue nuestro buen traductor, tan perdido como nosotros, preguntando en qué sala era la ceremonia. Al final apareció una señora funcionaria que ya conocíamos de vista (sinceramente, a día de hoy, desconozco su nombre), y nos indicó dónde era la sala.

   Mi hermano y cuñada entraron a colocar las cámaras de video que iban a grabar el evento mientras yo salí a la calle a esperar la llegada de la novia. Caminando de un lado a otro, nervioso, preguntándome si los fotógrafos saldrían a la calle a tiempo de grabar su llegada.

   Quienes llegaron primero fueron los invitados. A día de hoy sigo pensando que J iba tan bien vestido o más que yo. ¡Eso no se hace, hombreeeeeee! Qué va, es broma. Si acaso sería culpa mía por no estar a la altura, jeje.

   Después de un rato salieron los fotógrafos. Y, al poco rato, apareció ella.

   Y, aunque hacía ya un rato que la lluvia se había retirado, en aquel momento fue como si el sol saliera por primera vez en el mundo; como si toda la creación se hubiera detenido durante millones de años hasta ese momento. En ese momento, cuando Ella dobló la esquina, sonriente, nerviosa y hermosa de los pies a la cabeza, fue verdaderamente cuando la Historia empezó. Y todo lo que vino antes dejó de importar.

   Nos abrazamos y pude sentir su nerviosismo, su temblor, por primera vez tan acelerado como el mío. Su sonrisa, incapaz de encontrar las palabras. Sus ojos, mirando a todas partes, sabiendo que ese era su momento. Que todo tenía que ser especial para ella y nada más que para ella.

   Cuando finalmente nos compusimos, entramos en el edificio. En la puerta de la sala donde se oficiaría la ceremonia, los fotógrafos nos hicieron esperar un momento que fue algo nervioso. No sé qué tenían que prepararse, pero tal vez a nosotros nos vino bien ese minuto. Finalmente entramos.

   Era una sala amplia, con un montón de sillas, y dos sillas importantes adelante, en frente de una amplia mesa muy elegante. Me sorprendió lo lejos que estaban las sillas de esa mesa. Evidentemente, era una ceremonia. La idea no era firmar sentados, sino escuchar pacientemente lo que tuvieran que decirnos antes de ponernos en pie.

   ¿Y qué tenían que decirnos? Mira, la verdad es que nos llevamos una muy grata sorpresa. Tanto en México como en España, lo habitual es que te lean lo que dice la ley acerca del matrimonio (en el caso español, leen los artículos de la Constitución). "Elartículo23.1delaconstituciónespañolaestablecequeelmatrimonioeslauniónentredospersonasqueblablablablabla...". Un poco rollo. Pero aquí en Austria, o por lo menos en Sankt Johann, o por lo menos esta mujer, estuvo un buen rato acerca del amor. Del amor puro y duro, del que da sin esperar nada a cambio, del que hace feliz simplemente por ser como se es. Incluso nos mencionó la Biblia: "No es bueno que el hombre esté solo". Me sorprendió ese detalle en una boda civil.

   Y, para rematarlo, un poema al final. La voz de la mujer era muy bonita, la verdad. Dulce, calmada, hablando muuuuuuy despacio (lo suficiente para que, de hecho entendiéramos bastantes cosas con nuestro lamentable alemán). Era lo bastante agradable como para hacer sonar bonito un poema en alemán. Sí, el alemán puede sonar bonito. De verdad, lo juro. Quitáos los prejuicios de las películas de nazis, ¡el alemán es un idioma bonito!

   Ojalá hubiéramos sabido más alemán. Nuestro intérprete hizo un trabajo bastante bueno, pero la verdad, no era lo mismo. "El matrrrimonnniio es herrrrmossso... Pablo, ¿es voluntad suya casarse con persona Aida? ... Aida, ¿es voluntad suya casarrse con pendejo aquí prrresssenteeeee?". Parecía un poco como si nos estuviese casando Terminator. No creo que lo olvide nunca...

   Jeje, pobre hombre, lo hizo bien. Tuvimos algún malentendido con el precio, pero hizo un buen trabajo.

   Cuando por fin la mujer dijo que nos declaraba Señor y Señora (ella Señor y yo Señora, que nadie se confunda, que somos una familia modennnna), nos besamos. Nos besamos mucho.

   Y, la verdad, nunca en mi vida creí que sentir unos labios sobre los míos se sentiría tan especial. Nunca creí que toda la felicidad del universo pudiera caber en un solo minuto, en un solo instante, en un solo abrazo, en un solo beso. Como si cada partícula bien allegada del mundo hubiera creado una cámara en la que sólo cupiéramos ella y yo, y el resto del mundo se equivocara. Y, al contrario de lo que me dijo una vez mi hermano, sí que hubo fuegos artificiales. Sí los hubo al menos en mi corazón.

   Nos dimos la mano con todos los invitados. Muchas felicitaciones, mucho Congratulations, mucho Alles Gute, y tal y cual, y vamos a hacer un brindis.

   La neta, yo intenté disimular que en mi p... vida había abierto una botella de champán. ¿Qué dificultad podía tener? En realidad, acabé descubriendo que ninguna. Le quité a la botella el sujector (como se llame) de aluminio, lo que impide que el corcho salga. Y yo, ni siquiera moví la botella, sentí como dos segundos después hacía:

   ¡PAM!

   El corcho salió disparado hacia arriba cual bala perdida. A poco estuvo de darme en la frente, que habría sido algo bastante chistoso de ver. El champán empezó a brotar de la botella cual eyaculación sin fin (sé que no es una imagen agradable, pero seamos sinceros, ¿a qué nos recuerda si no?). Deprisa y corriendo serví los vasos. Brindamos dos, tres veces. No recuerdo cuántas. Yo sólo tenía ojos para la Princesa.

   Cuando salimos del Gemainde no hubo arroz. No sé si está permitido en este país. Ni falta que hacía. Sinceramente, han pasado cinco días, y hasta ahora ni había pensado en ello. Yo seguía teniendo ojos sólo para la Princesa. Mi Princesa. Mi Esposa.

   Para lo que queda intentaré ser breve, que a estas alturas ya debo de estar aburriendo a los profesores de matemáticas. Sí, no se ofendan, en serio, ¿qué diversión hay en las matemáticas?

   Tuvimos nuestra comida con nuestros familiares y amigos presentes en un hotel del pueblo. Fue bastante más elaborado de lo que habíamos pensado. Porque, nosotros, al margen del menú que habíamos dejado encargado, lo único que sabíamos es que nos habían reservado "una mesa bonita". Que para mí una mesa bonita puede ser perfectamente una del Ikea, vaya. Pero no, nos prepararon una mesa larga, bien servida, bien dispuesta... Además no había más clientes, así que daba la sensación de que hubiéramos alquilado el sitio entero para nosotros solos.

   Desde el principio tuvimos todos una copita de champán, que no habíamos encargado. Lo primero que nos trajeron fue un pan tostado con algún tipo de mantequilla (¡Google tenía razón!), que tampoco habíamos encargado. Fue un detalle de la casa, que siempre nos atendieron muy bien (para eso éramos sus únicos clientes, también).

   Luego vino la crema de calabaza. El primer plato que sí habíamos encargado. Pero yo no esperaba que la crema de calabaza estuviera tan deliciosa. ¡Qué rica! ¡Qué maravilla! Y después de eso, la carne con champiñones. Que también estaba buenísima, pero eso ya lo esperaba. ¡Qué rica la crema de calabaza, guau yupiiiiiii!

   Es interesante tener una comida en la que se habla en tres idiomas a la vez. Algunos de nosotros hablaban un idioma, otros dos y otros los tres. Alguien dice algo gracioso. Unos cuantos se ríen. Hay que explicárselo a los otros, pero claro, el momento risas ya se pasó. En fin, es inevitable, pero es un rato agradable y la gente tiene oportunidad de conocer personas de otros países. No sé cómo lo verán los demás, pero a mí eso me encanta.

   Poco más. Lo que vino después ya es una especie de celebración privada, y no es para todos los públicos. :-p

   El tópico dice que el día de tu boda es el día más feliz de la vida de uno. A nosotros todavía nos falta una, es lo que tiene hacer la boda en dos tramos. Y la siguiente es la que planeamos hacer realmente especial, con mil detalles y una fiesta grande. Pero a día de hoy, puedo decir, que el tópico es completamente cierto.

   Soy el Señor de la Princesa. El Ogro se convirtió en Príncipe. Quién lo iba a decir.

   Y soy, un día más, el hombre más feliz sobre la fazzzzz de la Tierra.

« Me invitas, me llamas incansablemente a tener un encuentro misterioso en el amor »
- Oración católica

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