viernes, 7 de marzo de 2014

Mario encuentra a la Princesa

   Llegó el momento. Dentro de unas doce horas estaré abrazando a la princesita de Jalisco. Ha sido un largo camino (en palabras de ella, una travesía). En este camino ha habido tropiezos, conocernos el uno al otro, conocernos un poco más nosotros mismos, decepciones (todas las peleas con las embajadas hasta convencernos de que probablemente no podía viajar), luchas, la habilidad de no rendirnos ante lo que queríamos, alguna buena noticia que ya no esperábamos (el día que conseguimos los billetes de avión) y una dolorosa pérdida de última hora que, estoy seguro, estará sonriendo desde donde quiera que esté.

   Tengo bastante claro que esto va a salir bien. Quizá esté pecando de ingenuo (bendita ingenuidad, qué feliz me hace). Pero, por lo menos en España, una relación con alguien que no conoces suele empezar por una atracción física, y cierto grado de simpatía que encuentras en otra persona. Para bien o para mal, nosotros hemos empezado de una manera completamente distinta: claro que nos gustamos físicamente y claro que tenemos ganas de estar juntos. Somos adultos y sería absurdo fingir lo contrario. Pero tenemos muchas más ganas de mirarnos a los ojos; de sonreirnos; de pasear juntos por la calle; de visitar lugares juntos; de hacer y deshacer las maletas juntos; de preparar medicina si enfermamos; de agarrarnos si vemos que uno de los dos tropieza; de compartir nuestro tiempo y nuestro espacio; de dormir con un brazo sobre su hombro para que ella sienta que nada puede hacerle daño; de quejarnos juntos de lo empinada que está la cuesta a la casa; de enseñarnos a preparar platos típicos de nuestros países; de hacer la cama juntos por la mañana o decidir juntos que nos da flojera y no la hacemos; de dejar de hablar de ella o de mí; de hablar de nosotros.

   No es que nos gustemos. Es algo más que eso.

   Recuerdo vivamente allá por el mes de octubre, cuando apenas nos empezábamos a conocer y le dije que me gustaría ir a Mexico para el próximo verano. Entre otras cosas, porque ya era la tercera persona que conocía de allí en menos de un año. Cuánto habían cambiado las cosas poco después. Cuando llegué a Colombia por la segunda semana de noviembre, ya me aguardaba un e-mail con una fotografía de ella, sonriente, radiante, perfecta, diciendo que me quería ("te queyo", era la expresión que me enseñó).

   Un camino por momentos tortuoso pero siempre claro, con una meta visible y brillante a la que llegar. La mejor experiencia de mi vida es ser consciente junto a ella de que no hay nada que temer más que al propio miedo; que con voluntad (a.k.a., cabezonería) se puede conseguir todo lo que uno se proponga; y que nada en el mundo nos cierra la puerta de ser felices más que nosotros mismos. Siento que esa experiencia tan sólo está empezando. No se puede decir que, hasta ahora, me haya dado poco.

   Ese camino, rápido sí, pero lleno de aprendizaje, de alegría, de comprensión y de amor nos ha llevado hasta aquí. Hasta el momento de mirarnos a los ojos, suspirar, y saber que mereció la pena la espera, los nervios, el valor invertido y los sacrificios.

   Me resulta fácil imaginarte en Barajas leyendo estas líneas, princesa, con la precaria zona wifi ultra-compartida y sólo habilitada durante 30 minutos. Estás agotada de un viaje largo y monótono, pero nos imaginas ya juntos y sonríes, sabiendo que quedan pocas horas. Que asientes con la cabeza, comprendiendo cada palabra como si la hubieras escrito tú misma. Te imagino sonriendo y pensando que me quieres tanto como yo a ti.

   No es el fin del río. Es el principio del océano.

« Una estrella brilla en la hora de nuestro encuentro. »
- "El Señor de los Anillos", J. R. R. Tolkien.

   PD: Por motivos más que evidentes, los posts durante la semana que viene escasearán. Dios mediante, la historia que tenga para contaros después será digna de best-seller.

No hay comentarios:

Publicar un comentario