martes, 6 de mayo de 2014

El viaje de Jack C++ Builder (y parte 2)

   Nos habíamos quedado con el buen vino, el buen queso y el todavía mejor sentido del humor de las buenas gentes de Baena. Es el momento de llegar a la fecha cumbre: la boda, casamiento o unión matrimonial de dos personas estupendas.

   La novia llevaba un vestido puramente blanco, precioso, sin grandes alardes que desviaran la atención de lo preciosa que era ella. Lo único que se salía de esa pura sencillez, y de hecho ponía la guinda a la perfección, era el encaje a la altura de un busto que hacía una ligera forma de corazón. Inmejorable.

   El que suscribe llevaba un sencillo traje de camisa morada con pantalón claro. Nunca he sido muy bueno para vestir, así que no me complico en exceso la vida. La mayoría de la gente llevaba trajes puros, comprados especialmente para el evento (que no era para menos), y un par, como el padre de la novia, llevaban como el novio un elegante frac.

   Todo el mundo sabe que en los eventos grandes, con mucha organización y muchas cosas de las que ocuparse, nunca va todo cien por cien como se espera. Eso es raro. Siempre tiene que pasar algo. Incluso en la NASA son conscientes de que en todas las misiones hay algún pequeño fallo, que con suerte, no arruina todo lo que se ha preparado. No voy a entrar en detalles, pero baste decir que si la boda era a la una y media del mediodía (sí, para los españoles eso es mediodía), y a las once todo parecía ir sobre la seda, a la una en punto faltaban mil cosas y parecía improbable que llegásemos todos a tiempo.

   Afortunadamente, lo hicimos, y el novio no tuvo que esperar demasiado tiempo en la puerta de la Iglesia.

   La Iglesia de Baena es hermosa. Una ancha galería, sencilla en formas y elegante en su construcción, bien iluminada, de bancos cómodos y acústica inmejorable, llevan hasta un altar ricamente adornado (o lo estaba para la ocasión) con flores de color claro. Creo que la mayoría de ellas eran lirios, lo que me hizo pensar otra vez en la Princesa, y lo que le encantaría ver aquello.

   Pero lo que más llama la atención está justo detrás del altar: un retablo barroco, alto como la casa en la que crecí, lleno de imágenes de ángeles y rodeando frescos de alto detalle, cubierto de una pintura de color oro intenso... Estos retablos es lo que tienen: desde que fijas la vista en ellos por primera vez, no puedes dejar de contemplar y admirar cada uno de sus minúsculos detalles.

No era TAN luminosa, pero no menos bonita
   Pero nosotros debíamos hacerlo. La atención no estaba en el retablo, ni siquiera en la Iglesia. Lo importante eran los novios. Por ellos estábamos allí.

   Y ellos, con alguna muestra de nerviosismo pero con indudable convicción, pronunciaron sus votos, se dieron el sí quiero, y se juraron estar juntos para toda la vida. El sacerdote dio un buen discurso acerca de los valores de una familia, y de cómo lo esencial era el amor entre la pareja, y el amor a Dios.

   Sí. Así es como empieza una familia. Y sé que aún les queda mucho recorrido por hacer, y mucho que enseñarnos a los demás.

   Fueron curiosos los minutos después de la ceremonia, mientras el novio, novia (ya marido y mujer), padrinos y testigos firmaban las pertinentes actas, y otros nos dedicábamos a tratar de repartir entre todos los invitados los saquitos de arroz. Cuando la pareja salió del templo, una lluvia del manjar les cayó bajo el tremendo sol de Andalucía.

   Tras la lluvia de arroz, algunos nos acercamos al hotel a dejar algunas cosas o, en mi caso, a reaprovisionarme de papel. Porque sí, tengo que confesar que la alergia fue una mala acompañante. Llevaba en mis bolsillos hordas de trozos de papel con el que irme limpiando, pero el papel no debía de ser muy bueno: cada vez que hacía uso de él, aunque yo no notaba que ocurriese nada raro, pequeños trocitos blancos se quedaban por toda mi ropa como si llegase de una nevada. Esto fue una semi-molesta constante durante toda la tarde.

   El banquete fue excelente. Se sirvió en una sala ancha, de madera, casi parecía una bodega elegante. Como si se hubieran casado reyes de antaño. Y la comida fue abundante y exquisita, empezando por los entrantes: queso (no podía faltar, y como no podía ser de otra manera, lo primero en terminarse), lomo, jamón (otra necesidad), paté de anchoas, aceitunas, pastelitos, una especie de empanadillas de cebolla caramelizada rellena (exquisita), y mucha, mucha cerveza, que los camareros rellenaban cada cinco minutos cuando sólo habías bebido media copa. Creo que nunca vi el fondo. Sin duda me dejo platos, soy incapaz de recordarlos todos...

   Después nos sentamos y llegaron los platos principales. Al clásico salmorejo andaluz le siguió una mariscada descomunal: gambas, langostinos y unas cigalas que a mí se me hicieron gigantes. Recordé que, de hecho, a mí me había enseñado a pelar el marisco esa misma familia, concretamente la madre de la novia, pasando las vacaciones con ellos en la costa oriental de España. Nunca había pelado algo tan grande como una cigala, sin embargo, y mi ausencia de uñas me dio algún problema. Pero lo solucioné haciendo palabca con los dedos. Los novios nos comentaron que cuando hicieron la cata, ellos pensaron que aquel plato de marisco era para compartir. Bien podría haber sido. Pero, por increíble que parezca, era individual. Así, no fue de extrañar que ¡ay, qué pena más grande!, muchos no fuésemos capaces de terminarnos el solomillo que vino después, a pesar de que el sorbete de vainilla entre medias ayudó mucho a la digestión.

   Ni tampoco la tarta, hermosa, riquísima, con bien de caramelo y nata, y que apenas pude probarla. ¡Ay, lo siento mucho!

   Tamaña comida la bajamos sin problema con el baile de después: ¿qué fueron, cinco, seis horas? Pues cinco o seis horas de música variadísima. Tuvimos a Elvis, a Mecano, a U2, a Michael Jackson, a Miguel Bosé, a los Secretos, a Queen, temas clásicos como Y viva España, alguna sevillana... incluso algún tema de reggaeton que creo que no tuvo mucho éxito. Aunque yo ese sólo lo oí: en aquel momento me estaba fumando el primer puro de mi vida. Y la verdad es que estaba bien rico.

   Un puro y cuatro cubatas más tarde, La fiesta terminó... no, esa no estuvo incluída en el repertorio. Debemos de estar mayores. Y no lo digo por conocer los grandes éxitos de Paloma San Basilio, sino porque nadie tuvo demasiado cuerpo para continuar la fiesta, más allá de una cerveza en el parque.

   A la mañana siguiente, me despedí de los novios y de su familia. Despedida triste. Porque, cuando me marché hace cuatro meses, sabíamos cuándo volveríamos a vernos. En este mismo fin de semana, para este mismo acontecimiento. Pero ahora, aunque sabemos que nos volveremos a ver, sabe Dios cuándo será eso.

   Regresé a Madrid con uno de los amigos del novio, que venía también y se ofreció a llevarme. Buena gente. Muy cinéfilo, pero de los míos: gracias a no saber de cine, le gustan las películas. Nos pasamos buena parte del viaje hablando de frikadas varias. Su mujer iba dormida jajaja.

   Ya llegando a Madrid hay poco más que contar. Me reuní con mi familia, y a la mañana siguiente mi hermano mayor me acercó al aeropuerto. Me despedí de mi madre, un día después del Día de la Madre. No lo hice a propósito, en serio.

   Sí que destacaría dos cosas del viaje de regreso: una, que en Barajas me hicieron abrir la maleta porque querían ver el reproductor de blu-ray. Sí, señora, tiene botones y cables. Y luego me miraron raro porque no me acordé en su debido momento que llevaba chorizo y jamón que me habían pedido de México (carita de vergüenza).

   La segunda cosa a destacar del viaje de regreso está relacionada con México también, y que no puedo olvidar: como estuve de viaje, no pude preparar nada especial por el hecho de haber cumplido siete meses formando parte de la vida de la persona más increíble que existe. Una joya, una esmeralda del sur que cada vez que sonríe hace que el mundo mejore. Una estrella por mucho brillante, tanto de día como de noche, bajo el cielo despejado o en las frías tempestades. Una luz de esperanza y de alegría contagiosa que me ha hinchado el corazón hasta apretarlo bien contra el esternón, y de la que no quiero apartarme nunca.

   Como Jack Builder, mi viaje al sur terminó, y regresé al frío norte con las experiencias aprendidas durante la travesía. Espero con impaciencia el siguiente, en el que me reencontraré con mi amor, con mi tesoro, con mi Princesa. En el que volveré a abrazarla y sentir el olor de su cabello bajo mi cara, el tacto de sus dedos en mi espalda, los latidos de su enorme corazón y el calor de su generosa alma.

   Para esto quedan exactamente 53 días.

« El amor es para los vivos. »
- "Grim Fandango"

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