jueves, 24 de abril de 2014

Don de lenguas, don de gentes

   En los últimos tiempos he evitado hablar muy profundamente de mi trabajo, y hay una razón muy sencilla: en cuanto entras un poco en profundidad en ese tema, a mí me aburre hablar de ello, y al resto del mundo le aburre escucharlo. Es así. Nadie va a una fiesta y acapara la atención de todo el mundo diciendo "Sí, yo me dedico a hacer claves únicas en una base de datos". Y la gente no se le acerca y le dice "Guau, guau, vaya, cuéntanos más, por favor, suena tan apasionante". No me estoy quejando, simplemente expongo un hecho.

   Creo que la prueba más evidente de esto es el trabajo que he realizado las últimas dos semanas. Lo de Áigor como gestor empieza a ser un poco insoportable, realmente. Hace una semana pasé una hora (por el reloj, a mí se me hicieron como cuatro) moviendo unas líneas de código de un sitio a otro. Es decir, imaginad el apasionante trabajo de coger un texto, y mover varios párrafos cien líneas más abajo, a golpe de cortar y pegar. Y ahora imaginad que tenéis que hacer eso mismo en 20 ficheros diferentes. Y, para rematar el problema psicológico, imaginad que ese corta-pega no supone ningún cambio en absoluto en el programa; únicamente es para que el texto se vea "más bonito", más uniforme. Imaginad que enviáis el resultado a vuestro jefe para que lo valore antes de entregarlo. Imaginad que vuestro jefe lo ignora sistemáticamente durante una semana. Imaginad que, cuando por fin se decide, te dice que muevas los párrafos otra vez 30 líneas más arriba, otra vez, en los 20 ficheros. ¿Porque le había entendido mal yo? Si fuera así no me importaría reconocerlo, no sería la primera vez, ni la segunda ni la última. Pero no, es porque ese día ha decidido que el texto le parece más bonito allí. Y, de nuevo, el cambio en la funcionalidad del programa es completamente nulo.

   Eso fue ayer a primera hora. Le mandé otra vez el resultado. Hoy tanto Javier como yo nos hemos pasado la mayor parte del día mirando al techo (de hecho, yo he jugado un poco al ajedrez). No nos manda trabajo. ¡Y lo hay, al departamento van llegando cosas! Pero Áigor no las pone en la cola de tareas pendientes. Y ya por la tarde, me ha llegado la valoración de lo de ayer: otra serie de lineas diferentes las debo poner en orden alfabético. No es sólo que no suponga ningún cambio en el programa, que éste sigue funcionando exactamente igual: ¡es que esas líneas no han estado ordenadas en diez años!

   Sí, ciertamente la sensación de que Áigor nos está mandando tarea de relleno empieza a ser alarmante. Ahora, volved a imaginad la situación de la fiesta que decía antes: cojo un puro y una copa de martini y digo "Sí, me dedico a mover líneas de texto tontamente de arriba abajo sin que sirva absolutamente para nada; pensaban que no llegaría a nada en la vida, pero me hice mi propio camino" (calada al puro mientras levanto los párpados de abajo de forma interesante).

   Como alarmante empieza a ser la falta de educación idiomática de muchos de mis compañeros. Yo no quería decir nada, porque realmente sigo diciendo que el primer problema soy yo: yo soy el inmigrante y yo soy el que tiene que entender su idioma. Pero tanto Javier como Patxi, si están hablando en castellano, en cuanto se acerca alguien tienen la cortesía de cambiar al inglés. Esto sirve tanto para que la otra persona no se sienta excluída como para que sepa que no la están criticando. Y no es tampoco una cosa de que los españoles estemos tremendamente bien educados: recuerdo que Jeroen también tenía ese bonito gesto, y él hablaba alemán perfectamente.

   Ya llevamos varias horas de café (de hecho, muchas seguidas) en las que noto que no están hablando en alemán porque no se dan cuenta de que he llegado: de hecho, alguno está hablando en alemán, en una pausa de la conversación me mira, me saluda con los ojos, hey qué tal, se vuelve y continúa hablando en alemán. 

   Lo de hoy ya ha sido para enmarcarlo: estábamos comiendo Patxi y yo con dos compañeros más, luego se ha unido otro. Estábamos hablando de caminos para mountain bike que Patxi conoce. Sin problema. Algo temprano, Patxi ha ido para cortarse el pelo. En cuanto ha salido por la puerta, automáticamente los otros han cambiado al alemán. Ajá, bien... "Si me queréis irse", oye.

   Recordando una situación parecida de hace cinco años en Inglaterra, me dan ganas de ponerme a cantarles la Macarena a todos. Pero con voz de tenor. A ver cómo se quedan.

   Ayer regresamos al curso de alemán. La primera mitad fue horrible, no me enteré de nada. Además había hecho los ejercicios deprisa y corriendo y los tenía todos mal. La próxima vez los tendré que hacer con cuidado. Menos mal que en la segunda ya volví a coger el ritmo y la pude seguir bien.

   De todas formas no avanzamos nada en el temario, porque una vez más, volvimos a ser cinco personas. Vino un compañero turco nuevo, Mohammed, pero a cambio de eso, no vino la macedonia. La he escrito y se supone que sí vendrá el lunes, veremos a ver. La profesora nos dijo que con seis personas el curso podría salvarse. No como algo seguro. En cualquier caso, nos pidió los números de teléfono, y eso me da mal rollo: me parece que puede que nos llamen para notificarnos algo. Vamos, que yo creo que no lo terminamos.

   Donde parece que hay unos cursos estupendos es en la Universidad de Salzburgo. He hablado con ellos por teléfono para buscar alguno para la Princesa, y bueno, no tenemos información detallada, pero me han hablado de uno que parece bastante decente: seis meses, tres días en semana, muy barato para lo que es...

   Hoy ella se ha hecho el viaje al D. F. para solicitar el visado de visita. En total, de su casa a la embajada, algo así como 10 horitas el viaje de ida (lo ha hecho de noche) y 9 el de vuelta. Viendo películas, tratando de dormir. Ha habido un momento de pánico al poco que ha llegado a la ciudad: me ha dicho que ya sabía cómo llegar a la embajada, y poco después, ha perdido la conexión en el teléfono. Durante una hora. Y yo, que me monto mis películas, me he asustado pensando que alguien la habría llevado. Ains. Vale, soy muy idiota: ni por un momento se me ocurrió pensar que México también tiene metro.

   Si de algo me ha servido esa hora de miedo sin sentido es para recordarme de lo muchísimo que la quiero. De lo mal que lo pasaría si en verdad le ocurriera algo. No sé si lo soportaría, la verdad. La quiero muchísimo, esa es la pura verdad.

   De hecho, de la misma manera que he evitado hablar en profundidad del trabajo, también hay un motivo para que, cuando hablo de la Princesa, siempre lo haga al final de la entrada: no es ni mucho menos porque sea la menos importante; es porque, considero, es un honor para todo el mundo quedarse un rato con ella en la cabeza cuando han terminado de leerme.

   Días que faltan para abrazarla, mirarla y susurrarle muy de cerca que siempre podrá contar conmigo: 65 (no acabamos de salir del 69 y ya queréis hacerme la rima otra vez, ¡gorrinos!).

« Fue mi elección. Adar, ya sea con tu consentimiento o no, no hay barco ahora que me pueda alejar. »
- "El Señor de los Anillos" (film)

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