sábado, 26 de abril de 2014

Partida y regreso: Memorias de un Jolín

   Después de casi cuatro meses, hoy por primera vez me he decidido a salir a explorar alguna de las montañas de alrededor. Salir a caminar por las montañas y los bosques es una actividad a la que me aficioné yendo con mi padre, sobre todo a la sierra de Guadarrama en Madrid y, más tarde, a los Picos de Europa. Pero ya adelanto que la cara norte de los Alpes no tiene nada que ver ni con unos ni con otros. Mi intención era la de subir la montaña que hay detrás de mi casa para tratar de ver el valle al otro lado.

   Pretendía ser una expedición corta: llegar a un refugio que me había indicado un amigo en un mapa, ver el valle, y regresar. Sólo si llegaba allí demasiado deprisa tenía intención de continuar haciendo el resto del recorrido, una circunferencia alrededor de la montaña que me acabaría retornando a casa, en vez de regresar por donde había venido.

   El camino empezó bastante bien, a pesar del cielo encapotado que amenazaba lluvia en cualquier momento: desde el McDonald's que hay cerca de mi casa, a mano izquierda, una carretera ascendía suavemente atravesando un barrio residencial. Por cierto, qué casas. Si los españoles tenemos inyectada la cultura de comprar una casa propia, los austriacos tienen la cultura de construírsela. Y tienen muy buen gusto para ello. Unos chalets increíbles. Debía continuar por la carretera hasta llegar casi a lo alto de la montaña, donde el camino, según el mapa, debía nivelarse ligeramente. Pero al poco de comenzar la ascensión, lo primero que vi fue un camino forestal que se desviaba ligeramente de la carretera, internándose en un bosque tupido, aparentemente en una dirección similar.

   Bien, yo no puedo resistirme a explorar el interior de un bosque. Eran casi las ocho de la mañana y estaba a punto de internarme en el Bosque Negro. El camino dentro de él ascendía de forma abrupta. La vegetación poco a poco se iba volviendo más densa, el terreno más húmedo. Por todas partes había multitud de ramas y troncos derribados por las lluvias que dificultaban aún más el camino. Después de unos quince minutos ascendiendo trabajosamente por esta senda empecé a sudar. La falta de costumbre al ejerecicio me puede hacer sudar mucho algunas veces. En varios puntos la senda ascendía tan fuerte que me obligó a usar algo las manos, agarrándome a las finas ramas de árboles jóvenes para impulsarme. Entonces supe que, por poco que estuviera marcado, lo cierto es que estaba en un camino, que a algún sitio debía llevar, y que ya me era más fácil seguir adelante que regresar.

Aquí me gustaría a mí ver cantando al Tom Bombadil ese.
   Tras subir lo que a mí me ha parecido un millón de metros (y es que hace tiempo que unos amigos de Andalucía me enseñaron a exagerar) llegué  a un lugar siniestro, con restos de maquinaria medio oxidada. Por algún motivo me vino a la cabeza una aldea chabolista gitana. Pensé que todavía estaría curioso conocer cómo son los gitanos de Austria. Pero no. Sencillamente había llegado, sabe Dios de qué manera, a la parte trasera de un par de granjas. Tras pasar por delante de ellas llegué de nuevo a la carretera, de la que ahora sospecho que nunca debería haber salido.

   La carretera ascendía a buen ritmo, pero después de la primera media hora en el Bosque Negro, me parecía apenas un paseo. Eso sí, algo más adelante, temiendo que me fallaran las fuerzas (y es que nunca he tenido costumbre de desayunar como debería), me he tomado la primera de las dos latas de Coca-Cola que llevaba. El cuerpo me iba pidiendo azúcar para poder continuar con algo de comodidad.

Pongau desde el aire
  Después de media hora ascendiendo, sin embargo, la carretera también empezaba a hacerse algo pesada. Finalmente, llegué a un punto donde la carretera terminaba y un cartel me indicaba que el refugio al que pretendía ir estaba a 45 minutos de distancia. Pensé que no había problema, podía hacer 45 minutos más. Sin problema. Ahí empezaba, de nuevo, un sendero forestal.

   Según iba avanzando empezaba a ser consciente de que no estaba subiendo la montaña lo bastante deprisa. Al ritmo que el camino subía, me parecía imposible estar en la cima en 45 minutos. Y sospeché que el refugio no estaría en lo alto. Saqué el mapa, que tenía guardado aún en el teléfono, y empecé a ver que efectivamente así era. Cuando poco después llegué al refugio, mis sospechas se confirmaron.

   No sólo el refugio estaba muy lejos de la cima: además es uno de los sitios más feos que yo he visto hasta ahora en Austria. No, no especia. Feo. Rematadamente feo. Parecía abandonado (aunque después he comprobado que no es así). Las paredes estaban llenas de golpes y el techo metálico se veía algo oxidado. Aquí y allá había sacos enormes que podrían tener maquinaria, o yerba, pero desde donde yo estaba, parecía que tuvieran chatarra o basura.

   Decidí seguir ascendiendo, llegar por lo menos hasta donde pudiera ver el valle al otro lado de la montaña. Seguí subiendo. A los lados de ese camino corrían algunos pequeños manantiales de los que pude beber agua natural. Me supo a gloria. Al llegar a la siguiente separación de caminos (afortunadamente, en estas divisiones, hay carteles muy claros indicando hacia dónde va cada uno) empezó a llover ligeramente. Me eché la capucha para proteger algo las gafas, porque ciertamente, en la cabeza no tengo mucho cabello que corra riesgo de mojarse. Por suerte, era una lluvia fina, no incómoda, y se detuvo poco tiempo después.

   Tras ascender cerca de quince o veinte minutos más, llegué a un lugar del camino, con bosque a los dos lados y barranco en el derecho, en el que se levantaba un cartel extraño: indicaba una separación de caminos, pero no había ninguna separación allí. El camino por el que yo quería continuar lo señalaba en la cuneta de la izquierda. La trepé para ver algo, pero lo único que veía era un denso bosque alrededor. Pensé que el cartel estaba mal colocado, o tal vez que se habría movido, y seguí por la senda.

   Más adelante, el camino parecía que por fin iba a descender. Pensé que había llegado al punto más alto del camino (que, ya había visto bien en el mapa, no era exactamente la cima de la montaña, pero me serviría para ver el valle). Sin embargo, después de bajar unos metros, el camino volvía a subir otra vez. Ligeramente. En general se puede decir que en este punto ya iba sobre nivel. Bajaba y subía con suavidad. Y yo esperaba que el sendero en cualquier momento girase a la izquierda y ya pudiera ver el valle que había subido a ver.

   Entonces, me encontré con un nuevo cartel indicador de caminos. El camino que yo quería tomar me lo señalaba en dirección contraria a donde estaba yendo. Comprendí que el cartel anterior no debía estar mal, como había pensado. Regresé por donde había venido y de nuevo subí la cuneta en el mismo punto de antes.

   Vi entonces que, uno de los motivos por los que no había podido ver muy lejos, era porque un gigantesco árbol estaba caído en mitad del camino, cosa que antes no había distinguido bien. Tras sortear el tronco y avanzar un poco más, salí de los árboles para encontrarme en un terreno desigual en el que apenas se podía distinguir un finísimo sendero de barro rodeado de charcas. La Ciénaga de los Muetos. Bajando un poco por este sendero llegué a otro camino ancho, con otro cartel. En él, ya pude comprobar, que efectivamente por ese camino ya descendía de la montaña por el lado occidental: pero delante de mí había un frondoso bosque perenne y no había manera de ver el valle.

Tentado he estado de comer en la pajarera esa
   Podría haber bajado a otro refugio que había al final de ese camino. Pero me daba bastante pereza regresar montaña arriba de nuevo. Y para hacer el recorrido completo, la circunferencia de la que hablaba antes, debía haber llevado más comida conmigo. Decidí entonces comer allí mismo la fruta, un par de galletas y el otro refresco que había traído, y descender por donde había venido.

   Si el ascenso me había costado cerca de tres horas, el descenso me supuso casi otras dos. Hacia el final del camino, por fin, salió el sol. A la luz del astro rey podía ver que a mis lados las praderas estaban llenas de flores blancas y amarillas. La primavera ha llegado al valle del Salzach. Y no me ha dado mayor alergia que un ligero picor en los ojos, ni siquiera lo bastante fuerte para obligarme a rascarme.

Sólo falta Julie Andrews endrojada hasta las cejas.
   Mi recompensa después del periplo: un Big Mac y la esperanza de tener cuerpo el próximo domingo para, esta vez sí, intentar hacer el recorrido completo, toda la circunferencia. Eso sí, me cargaré bien de agua, fruta y algo sólido para comer a mitad del recorrido, porque me llevará buena parte del día.

   Por cierto, pensamiento que me ha asaltado: si la carne del McDonald's no parece carne, no huele a carne (no huele a nada) y no sabe a carne como el resto de las carnes, ¿por qué narices la seguimos llamando carne? ¿Realmente alguien sabe qué nos estamos comiendo ahí?

   Días que faltan para volver a darme largos paseos con la Princesa a la que hecho horriblemente de menos: 63.

« Si esto es un camino entonces dos paredes sin techo son una casa. »
- "El Señor de los Anillos"
PD: No había osos.

1 comentario:

  1. No te haces una idea lo q me he agobiado leyendote!!

    Loco!! ¿al campo? ¿solo? ¿sin comida?

    Que estres, que estres!! >.<

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