miércoles, 5 de febrero de 2014

De trenes y estaciones

Sé que la mitad de los días retrato las mismas montañas: me llama
mucho la atención que cada día tengan un color diferente. Son preciosas.
   Hoy es día 5. Tal día como hoy, hace cuatro meses, conocí a la persona más maravillosa sobre la Tierra. Sí, te estoy mirando a ti, Chaparrita Princesa. Me alegro mucho de que aquello ocurriera. Eres lo más especial.

   Me han chivado la idea de que, en vez de ir y volver a Viena, nos quedemos un par de noches allí, el domingo veamos la ciudad, y el lunes, antes de volver a St. Johann, solicitamos mi pasaporte. Es muy buena idea, en realidad: nos ahorra un viaje, y es más barato (los billetes de tren que cruzan el país de punta a punta no son nada económicos). Estoy buscando un hotel que esté bien cerca de la oficina de turismo.

   Volviendo al presente, por fin conseguí que mi programa funcionara. No ha sido fácil, y atendiendo a la aplicación de control de issues que utilizamos, llevo ya como cinco horas de retraso (sólo es un valor orientativo, me aseguran que no tiene verdadera importancia). Pero funciona. De hecho, lo podría haber hecho mejor, con el código mejor estructurado, con los errores controlados por excepciones, con macros, etc. Pero Andy (Andreas), el hombre que va a utilizar ese programa, me asegura que no le interesa el código, sólo la funcionalidad. Ya me lo dirá cuando tenga que ejecutar doscientas sentencias de base de datos y aquello sea imposible de depurar. Ahora me encuentro intentando hacer que funcione una versión más atrás de nuestro sistema, dado que ningún cliente está utilizando la última.

   Está volviendo a mi cabeza un proyecto de software que tenía desde hacía años. Era una herramienta de control de tareas, que hacía automáticamente algunos cálculos pesados que tenemos que hacer a mano para facturar, entre otras cosas. Creo que tengo nuevas ideas sobre cómo hacerlo en un entorno de ventanas de Windows, porque lo intenté hacer en Java y fue un infierno. No me gusta Java. Ni la isla ni el lenguaje.

   Ayer por la tarde volvimos al cine. El Lobo de Wall Street. Película un poco desmadrada, pero muy buena. Sobre todo, si las cosas que cuenta son siquiera medio reales (y, por desgracia, parece que lo son), es un auténtico mazazo. Qué clase de gente maneja nuestro dinero... Bueno, realmente, la clase de gente a la que nosotros idiotas se lo permitimos. Han sabido ser los más listos de la clase, y no en el buen sentido. Si le pongo una única pega a la película es que es demasiado larga, demasiado estirada. El mejor ejemplo de ello es la escena, que se va a convertir en clásico, del colocón tardío de DiCaprio y Jonah Hill: muy buena idea, muy bien interpretada, pero en retrospectiva, una secuencia demasiado larga. Así, toda la película. Eso sí, me pareció soberbia la conclusión final: que, por mucho que critiquemos a esta gent(uza), y les miremos con una aureola de superioridad moral que vaya usted a saber de dónde sacamos... A todos nos encantaría ser multimillonarios de la manera más fácil.

   Hoy he ido en tren a Bischofshofen (algún día lo escribiré bien) para el curso, ya que Javier no tenía clase. Ha sido una experiencia interesante, creo que ya me estoy enterando de cómo mirar los paneles de información. Porque realmente, estas estaciones son como las de España... en los años setenta. Si de hecho hay seguratas con gorra y pito como yo ya sólo los veía en los cómics de Mortadelo; los gigantes relojes analógicos; la información de los trenes en carteles (no suele haber paneles electrónicos en los andenes, aunque según en qué estación, alguno se ve); la voz por megafonía acercando que se acerca un convoy... La verdad es que no resulta muy complicado cómo debían haber sido estas estaciones poco después de la Segunda Guerra Mundial.

   Como ya avancé, la semana que viene no tengo clase, ni tampoco Internet. Aunque, respecto a lo segundo, se me ocurre que escribiré los posts en local, y a la mañana siguiente los subiré desde el trabajo. Parece que no hay demasiados problemas por entrar en Google.

   Ah, y el trofeo del Eisstock definitivamente se queda en la oficina. Parece que les gusta más ahí. A mí no. Parece que esté pidiendo a gritos que me feliciten, es lamentable. Pero el jefe lo hace así (eso me ha dicho Alexandra), y todos imitamos al jefe. Claro que sí.

   Para eso es el jefe.

« Hagrid, tiene que haber un error. No existe tal cosa, el andén 9 y 3/4, ¿verdad? »
- "Harry Potter y la Piedra Filosofal", J. K. Rowling


1 comentario:

  1. Cuatro hermosos y maravillosos meses. Eres un amor, y te quiero muchísimo, me alegra tanto que nuestros caminos se cruzaran. ¡¡¡Gracias por ser tan lindo!!!
    D.T.B.

    ResponderEliminar