martes, 25 de febrero de 2014

Me crece la cabeza

   No es que pretenda sonar llorica, siempre hablando de mi trabajo. No es eso. En realidad, lo que ocurre es que ocupa más de la mitad del tiempo de cualquier persona (quien dijo que utilizamos una tercera parte de nuestro tiempo en trabajar debía de ser rey o algo). ¡Y creo que no debo quedarme callado! ¡Tengo una obligación moral en explicar en qué consiste trabajar como desarrollador de software! Porque no todo es glamour y alfombras rojas, y fotógrafos y fiestas todo el día, no. Hay un trabajo muy duro detrás del software que no se ve.

   Iba a decir que no todo es estar viendo videos en youtube todo el día, pero realmente algo de eso hay...

   Bueno, a lo que iba, el programa que falla en el programa del cliente, aún no se ha probado. Deme una oportunidad, mi estimado lector, y trataré de explicar la situación: existe un tester Walter (que es quien va a probar la herramienta al final), y un tester Jessie (que es el que me hace caso cuando le hablo, porque Walter realmente parece encender mentalmente un iPod cada vez que le hablo). La semana pasada, como se recordará, descubrí que estaban probando la aplicación en un ordenador del cliente que no estaba bien instalado. Jessie quedó en que localizaría un ordenador con una instalación correcta (uno en el que nuestro sistema esté funcionando, vaya) y probaría el viernes por la tarde. En vez de eso, me envió un correo electrónico diciendo que probaríamos juntos hoy por la mañana.

   Bien, esta mañana me dirijo al puesto de Jessie a probar. Porque eso sí, hay que ir. Intento ser educado y llamar primero para asegurarme de que no les interrumpo el café o algo, pero es que verdaderamente no lo cogen nunca. Y esta mañana, yo aún pensaba que necesitábamos que la aplicación funcionase mañana por la mañana. Jessie me dice que necesita pedir permiso para subir mi aplicación a la nueva máquina (¿por qué no lo hizo en los últimos dos días?), que tardará un rato y que ya me avisa. No dudo de él, ya ha pasado eso más veces con él, y sé que normalmente tarda un rato corto en, efectivamente, llamarme.

   Poco después, tenemos la reunión de pie. En esta reunión explico la situación, y aparece en escena el jefe de mi equipo, el Señor H., que me dice que él ha hablado con Walter y que Walter probaría por la tarde. No Jessie. Así que al pobre Jessie le he hecho perder el tiempo con mucha amabilidad.

   Y, por supuesto, al finalizar la jornada de trabajo, no he tenido ninguna noticia de Walter, algo con lo que contaba.

   Como ya ocurriera ayer, no pretendo echar nada en cara a los compañeros. Sé que tienen mil cosas pendientes, en especial Walter, que por lo que me cuentan, debe de estar probando él solo casi todo lo que se entrega mañana. Además, a mitad de día ha quedado claro que mi aplicación no va a ir incluída en el paquete que entregamos mañana, de manera que, yo diría, ya no es tan urgente.

   Nadie puede hacer otra cosa, está todo el mundo hasta arriba de trabajo. Las cosas son así. El trabajo es así. ¡No avanzo!

   Pero bueno, una vez he sabido que no va a ir para mañana, me lo he tomado con filosofía. He seguido haciendo otras tareas de menos prisa (rehaciendo lo que borré accidentalmente). Y mira, si no quieren probar, si no les corre prisa, menos prisa me corre a mí. No me voy a preocupar si no lo hacen ellos.

   Después del trabajo he ido a varios recados: el primero, me he acercado a correos para preguntar por unas cartas que envié a la Princesa hace dos semanas (concretamente el día 11). Son unas cartas de invitación para cuando venga por si acaso se las piden en la aduana, y se las he enviado también por correo electrónico, pero teníamos un interés en que tuviera las originales firmadas a bolígrafo por si acaso. En la oficina de correos tengo la sensación de que me han dado largas. Me han dicho que no pueden ver nada, solamente que está en camino (pero no sé siquiera si la carta ha salido de Europa), pero que de todas formas es pronto (!). Que vuelva dentro de una semana a ver. Como dice la Princesa: cuando venga a llevarme la muerte, que me lleve con ese servicio postal, por favor.

   Luego me he acercado a comprar varias cosas, la más importante, una maquinilla eléctrica nueva. Sólo tenían una en el Spar, y no era barata, pero es Phillips y confío en que será buena.

   Después he ido a cortarme el pelo. Sí, por fin me he quitado las greñas estilo Krusty el Payaso que me salen por los lados de la cabeza. Y el flequillo-tras-calva ridículo que me hace parecer un Gollum joven. La verdad es que las muchachas hablaban poco inglés, y yo mucho menos alemán (aunque he sido capaz de decir "Es mucho, ¿verdad?"). Pero me lo han sabido cortar bien. Me lo han dejado perfecto, yo creo.

   En la peluquería a la que iba en España a veces me atendía un hombre sudamericano, y a veces una mujer española. El hombre era muy buen peluquero, también me tenía bien cogida la medida. Pero ella, cada vez que me cogía, me cortaba el pelo poco y me lo peinaba para arriba. Y yo tenía que regresar a casa corriendo con un peinado como la madre de los Simpson para mojarme la cabeza y volver a peinarme un poco decentemente.

   Aquí no. Aquí se han portado. Se han ganado sus euros. Estoy contento con mi look.

   Finalmente he comprado un bote de colonia, que ya era maldita hora, y ya he regresado a casa con eso. Según he llegado a casa me he afeitado, que estaba pendiente después de la extraña experiencia del sábado pasado. Y este es más o menos el aspecto que tengo ahora:

...y si falla es culpa del SDP. Quien quiera entender que entienda.
   Días para que la Princesa esté acá: 11. Ya hemos superado el umbral de la alineación de fútbol.

« Lalalalá,
lalalala lalalala la,
lalalala lala, lalalala la la,
she's got the look. »

- Roxette.
Me parecía importante poner la letra entera: tiene mucho mensaje.

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